Siempre me he preguntado a qué suenan ciertas cosas. Sabemos que
el pato hace cuack, que el reloj hace tic-tac, que el jarrón rompiéndose en mil
pedazos hace crack, y que el choque entre un tráiler y una locomotora hace
prrrdjddjfdkaboom prrtk smrram tsskkkeurnabam tititichaslapaspas. Pero, ¿cuál es
el sonido de la desilusión de un niño que no llora, por ejemplo? ¿A qué suena
el nacimiento de una flor? ¿Cuándo tienes dinero suficiente para comprarle algo
bonito a tu madre, qué se escucha? ¿Alguien lo sabe? Yo me he descubierto
poniéndole la oreja a todo tipo de cosas (a las puertas y a la sopa, a mi
calculadora científica) cuando nadie me está viendo en busca de música, una
nota al menos, un grito incluso, alguna onomatopeya inédita. Y cuando estoy
contigo te escucho tan atentamente que casi creo que conozco todos tus sonidos,
tus ruiditos raros, tus cambios de respiración, tu risa, tus gemidos, tus
sollozos, tus pestañeos, la pulsión de tus manos que es muda pero se escucha y
muy fuerte, tus corazones repartidos en todo el cuerpo. El otro día me puse a
recordar la noche en que te conocí. Era una de las primeras veces que salía en
mucho tiempo y tenía miedo. Ahora entiendo que la primera vez que escuché tu
voz escuché algo más que tu aparato fonador transmitiendo tus pensamientos a
tus interlocutores a través de tus cuerdas vocales. Era mucho más que eso. Era
el sonido de una segunda oportunidad en la vida.