Últimamente escucho mucho la expresión “el tejido
social”, que sospecho fue la sesuda creación de algún académico hace algún
tiempo y ahora hasta Adela Micha la dice en su programa. O algo. Escuché hoy al presidente
Calderón tomar el micrófono y decir algo sobre la importancia de que nuestros
jóvenes tengan trabajos honestos y cómo ello resta las posibilidades de que el
crimen organizado los reclute. Para esto, claro, se necesita generar empleo. Y
transporte público para que la gente llegue a sus trabajos. Y vías de
comunicación para ese transporte público. Y que esos empleos ayuden a una
sensación general de bienestar y de realización personal, de aporte al
colectivo humano que forma este país, a crecer económicamente, culturalmente, a
ayudarnos y cuidar nuestro entorno, a procurar maneras justas y sanas de
relacionarnos entre todas las pequeñas hebras que formamos este mentado tejido
social.
Claro.
Los pobres siguen siendo pobres, esto no es ninguna
novedad. Y muy probablemente no tendrán las oportunidades que merecen. El gap crece. El rezago educativo. También el
rencor. La envidia social. Porque de un lado el tejido social es de mecate, y
del otro es algodón egipcio. El estereotipo consiste en decir que la gente bien, esa expresión de personas tan reales
que incrustó en nuestra lengua Guadalupe Loaeza en los ochenta, no baja de
“nacos” o “indios” a los miembros de las clases más bajas, y estos se desquitan
con albures, apodos y mentadas de madre. O discriminando a los güeritos en el
transporte público o en los salones de clase, solo por el hecho de ser…
güeritos. Las clases sociales en México son un acertijo: nadie sabe en dónde
insertarse, y si sí lo sabes, probablemente te dé pena hacerlo y te pongas un
par de escalones arriba. Yo tenía una novia que provenía de una familia
adinerada que, como lo suyo era el estudio, se las ingenió para estudiar dos
carreras diferentes, una en la UNAM y otra en la Ibero. Cuando agoté las
preguntas sobre sus intenciones de asistir a dos instituciones tan diferentes,
y confundido por su extraña mezcla liberal pero conservadora, discriminadora
pero equitativa, inevitablemente aterricé en la pregunta: “Bueno, ¿y tú de qué
clase social eres?” Me respondió, muy fresca: “Yo soy clase alta sui generis“. Ay goei, pensé.
“¿Y tú?”, contraatacó.
“Yo soy clase media sui generis“, fue mi respuesta. 50% ingeniosa. O
eso me pareció en aquel momento. Denme un 10% extra por responder en chinga.
Todo esto que he dicho, insisto, no es nuevo. Es el día a
día de la lucha de clases. Como diría el célebre filósofo de Güémez, “en todos
los gallineros del mundo, las gallinas de arriba cagan a las de abajo”. Lo cual
suena jodido, pero también podemos verlo con otros ojos: en el salón imperial,
la gente nais cena con el capitán, pero en el sótano del Titanic la raza se la está pasando a todo dar.
Nuestra percepción del lugar que tenemos en el tejido social depende de las
circunstancias y qué tan en paz estemos con el mundo. Lo que no entiendo es en
qué momento los “ricos” se enojaron tanto con los “pobres”. Lo digo porque a
cada rato aparecen videos de gente rica abusando de gente pobre. YouTube, en
donde todos somos iguales, ha resultado ser el rincón sentimental del último
episodio en la telenovela del deshebrado tejido social en el que se ha
convertido México.
Las ladies de Polanco. El gentleman de las Lomas. La lady de Bosques. Tres videos de gente que abusa verbalmente del
prójimo –el más notable el de Miguel Sacal Smeke, quien también abusó
físicamente y por ello acabó (hasta donde sé) recogiendo jabones en las
regaderas del reclusorio–. Cada vez que un video de estos aprieta EL BOTÓN DEL
JUICIO FINAL, las redes sociales se encienden, los diarios hacen notas sobre
las reacciones en las redes sociales (es sarcasmo) y brota la indignación.
“¿Qué está pasando en nuestro México?”, leí el otro día en Twitter. Nuestro México, omfg, ¿quién habla así? Cuando la máquina de clichés
que son los trending
topics de
Twitter se echa a andar, no hay quien la detenga. Se exige justicia. Se llama a
la reflexión. Y el otro 99% de los tuits son chistes como defecados por esa
gloria de la comedia nacional, Polo Polo. No digo que no sea efectivo (en el
año 2012, un video tomado con un celular que se viraliza en YouTube debe tener
más éxito que una denuncia en el Ministerio Público), pero cuando entra en contacto
con la turba de internet, ay goei. Muchos de los indignados por los atropellos
de las ladies de Polanco son los mismos
que reciclaron ad nauseam chistes racistas sobre Kalimba, o
cuestionaron severamente el intelecto de Ninel Conde y Enrique Peña Nieto
retuiteando la misma broma de anuncio falso de Gandhi que se apestó en internet
a los 5 minutos. Pfff. Los mismos que crucificaron al payaso cuando durante
años le celebraron sus chistes.
Un video de indignación en YouTube se viraliza mejor
cuando la gente bien abusa de los descamisados. Tomen el caso de @nancypastelin, quien denunció el acoso sexual del
velador de un edificio de la Col. Nápoles. Aunque sonado, no tuvo el mismo
impacto de otros videos de indignación. Al parecer, el rating no se compara con ver a una riquilla con
bolsa de Vuitton mentando madres como si no hubiera mañana. La Loaeza lo sabía:
la gente bien es superdivertida, dan de
qué hablar, acaparan encabezados. Es más: hasta parecen evolucionar en nuestra
taxonomía social a mayor velocidad que otros segmentos sociodemográficos. El
“rey del barrio” no ha sufrido modificaciones desde que el beato Tin-Tan
estableciera los estereotipos del personaje en su película de 1950. Tiene muchas
representaciones (como Pepe el Toro y Juan Camaney), pero esencialmente es el
mismo. Los periplos de la clase baja, aquella que fotografiara Oscar Lewis en Los hijos de Sánchez y Gabriel Vargas en su cómic La familia Burrón, siguen siendo los mismos.
Vean un episodio de Los
Beverly de Peralvillo y se sorprenderán de cómo el drama del pueblo es idéntico
hoy que hace cincuenta, sesenta, setenta años.
Los bon
vivant mexicanos
de las clases acomodadas, en cambio, escalaron del ideal del playboy sesentero
a la Mauricio Garcés y “la niña popof” del mambo de Pérez Prado, al engolado
léxico del Pirrurris de Luis de Alba, pasando por aquel estafador de nombre Ugo
Conti en la novela Casi el paraíso de Luis Spota, las modernísimas tramas de las “yeguas finas del
Pedregal” de Guadalupe Loaeza y, más recientemente, la pseudonihilista “chica
V.I.P.” de Paula Sánchez en la parodia de Telehit y los acartonados
mirrreyes que pueblan las revistas de socialités, especie que parece provenir
de una infernal mezcla entre Luis Miguel (apodado “Luismirrey” por los
comentaristas de cotilleo nacionales) y Roberto Palazuelos, a.k.a.
“Payazuelos”, a.k.a. “el Diamante Negro”. Oh sí: la fauna de la high es mucho más diversa y entretenida.
Lo que sucede con los indignados en las redes sociales
cada vez que un nuevo video se viraliza proviene de la evidente falta de
balance en nuestra sociedad. Demasiadas telenovelas, pocos libros. Demasiado
futbol, pocas medallas olímpicas. La comedia mexicana está congelada en el
tiempo, el reciclaje de chistes de borrachitos, “estaban un mexicano y un ruso
y un gringo” y combos de homosexuales, negros y judíos, solo manifiestan que
nuestro tejido social no se mueve, no avanza espontáneamente, no está fresco y
lubricado. No digo que el país no esté vivo, pero parece que nuestras
expresiones no están vivas. Debe haber historias en todos lados, historias
nuevas, vívidas, sugerentes. Expresiones culturales genuinas y naturales de
cómo somos. De cómo somos. Y no están transmitiéndose por el canal 2. Se los garantizo.
¿Ahora resulta que los LOLs
vienen de las clases pudientes? Ay goei. Los videos de indignación en YouTube
son una forma de expresión. Lo sé. Solo es mi deseo que las cosas fueran más
diversas. Que se jubilaran ya los mismos malditos albures de toda la vida. Que
la clase campesina y obrera tuvieran algo más que decir que la indignación de
Pasta de Conchos o Acteal. Que los indígenas tuvieran algo más que decir que la
indignación por el declive de los rarámuris. Que los políticos fueran más
divertidos y sofisticados que lo que demuestran, tapizando nuestras ciudades
con propaganda hecha de plástico…
Claro que quizá eso último
sea mucho pedir
Ruy