En esta parte de mi vida definitivamente estoy más roto que nunca, se me sale la existencia por todos lados, camino mientras broto en engaños, como plantitas que me salen por las manos. Hago daño; me doy miedo, por eso tapo los espejos, para no verme a los ojos y caer en mi propia trampa, para no venderme una realidad que atrapa y luego me mata, con sus pequeñas lucecitas de esperanza. Soy mi propio peor enemigo, nunca nadie me había odiado tanto en la vida. Me consumo, y me desgasto, me tiro al piso, y como si fuera bueno, me levanto; me digo cosas bonitas, me hago sentir bien, me regalo cristales y luego me los clavo en la frente, me río al verme: “caíste otra vez, insulso, tan tierno, tan frágil, con tus ojos grandes y tu cara estúpida”; y me hago llorar, y me doy tristeza, y corro a abrazarme, y me hago bolita, y lloro en mis brazos, me siento chiquito, me vuelvo sollozo, y floto en los ríos que corren por mis ojos, “¿por qué estás tan roto?, ¿por qué no te arreglas?, tal vez es solo que estás descompuesto”, y me beso en la frente, y me canto canciones, que hablan de mi infancia, de tiempos mejores, y me vuelvo agua, y me filtro en la tierra, y se calla el llanto, y se apaga todo, y solo queda el canto…