Quedan los cuerpos en la orilla;
no en la orilla del lago ni de la ciudad que empalidece.
Quedan en mi orilla, en una arista de mi piel,
en donde empiezan a alcoholizarse mis límites.
Allá van, aquí, tan cerca.
Navegan sin oriente, blandos, con ojos extenuados.
Rondan, se sumergen, flotan, casi aúllan.
[¿sabes cómo aúllan los cuerpos cuando se alejan de
los acantilados?]
Vienen hacia lo lejos;
son distancia.
Pura lejanía, brillo opaco.
Cuerpos ebrios que reptan por su sangre.
Quedan sombras humedecidas, noches largas,
hambre de repartir besos con las puntas de los dedos,
y un aullido-beso-labio que estalla en innúmeras rodajas.
Filiberto Cruz Obregón
Tuxtla Gutiérrez, 23 de mayo de 2008