En estos primeros años del colectivamente aceptado como siglo XXI, los políticos: ésos, aquéllos y éstos (los “nuestros”) parecen haber aprendido la lección del ya casi ancestral 1968: hacen tenaz ejercicio de la imaginación, de su corta y funesta imaginación, pues saben bien que a todo en esta tierra se puede renunciar, menos al poder, así esté apuntalado en el más estúpido y siniestro de los desvaríos o en la frívola y babeante imaginería (Cfr. Vicente Fox y sus epígonos).
Sobre estos asuntos, el astrofísico francés Michel Cassé afirma: “Borrada toda nuestra imaginación, nuestra humanidad no sería más que un poderoso organismo en un coma profundo, viviendo sin corazón y sin cerebro, alimentado y animado por toda una red de artificios, bajo la vigilancia de algunos enfermeros con mascarilla”.
Filiberto Cruz Obregón