Me considero perfectamente capaz de hacerte creer que puedo regalarte la Luna y treinta estrellas. De demostrarte que podemos vivir en el paraíso con tan solo estar juntos. De hacerte sentir que eres la mujer más hermosa que habita el universo. De manipular infinidad de cosas para que creas que el destino se encargó de unirnos. De convencerte de que pienso en ti todo el tiempo. De mostrarme nervioso ante tu presencia. De contarle al mundo que me estoy enamorando. De prometerte que quiero morir a tu lado. De cumplir al pie de la letra todos tus caprichos. De practicar todos los clichés estúpidos a los que se someten los enamorados. De confesarte las verdades más absurdas. De hacerte pensar que puedes destrozarme cuando quieras. De escribir una pendeja carta. De ser un pendejo; tu pendejo.
En resumen, me atrevería a jurar y demostrar cosas que no siento con tal de tenerte junto a mí…
Pero como no me gusta ser cursi —ni sé serlo— y tampoco hacerme pendejo —además de que sé que no te ofenderás—, me limitaré a decirte que te quiero coger hasta que se nos disloque la pelvis (si es que eso es posible).