Entre varias antigüedades de uso sexual, se encuentra este hermoso dildo de la Francia del siglo XVIII, como verán aún no tenía la posibilidad de vibrar (por eso sólo es un dildo o consolador) pero con un toque romántico inigualable: un compartimiento para colocar la foto del amado caballero dueño de las fantasías que abochornaban y sonrojaban a las altas damas. Así quien necesitara una imagen un poco palpable de la compañía ensoñada, sólo tenía que abrir dicha compuerta. La cosa curiosa debó darse cuando una mujer tenía toda una colección de fotografías para cambiarla según la ocasión o el amante en turno.
El porno o sus inicios, les dio en la torre a esos útiles y comunes ayudantes del placer femenino (cuando su uso se relacionó con las prostitutas y actrices de dichas películas). Aunque claro, no iban enfocados a que tuviéramos orgasmos (se suponía que no teníamos derecho a ellos) pero entre que nos curaban la histeria o los ‘inexplicables’ fluidos vaginales excesivos, hubo mujeres que lo disfrutaron y mucho. Y claro, uno los compara con los actuales, de última generación, que incluso están hechos con materiales muy parecidos a la piel humana al tacto, que tienen velocidades, distintas funciones y ya casi hablan, y no puede dejar de agradecer la evolución en la industria. Esta semana la dedicaremos en gran parte a los juguetes sexuales, ya verán que hay mucho aún qué aprender.
Si la antigüedad de los juguetes sexuales fuera de conocimiento popular, las opiniones que generan serían más positivas. Los objetos para estimular genitales datan de unos 2500 años. Los antiguos romanos, egipcios y griegos convivían con su uso, era común tener a la mano los olisbos, formas fálicas hechas de madera que se lubricaban con aceite de oliva. Incluso el origen de la palabra dildo implica su fin, viene del italiano diletto que significa delicia o satisfacción. Siglos después, para 1880, un accidente médico dio vida a los vibradores. El Dr. Joseph Mortimer, buscando curar lo que llamaban histeria femenina –caracterizada por insomnio, nerviosismo y excesiva lubricación vaginal- desarrolló una máquina eléctrica que daba masaje médico a la vulva. Su invento provocaba algo que nombró paroxismo (creían que las mujeres éramos incapaces de tener orgasmos) mismo que calmaba a sus pacientes. Y se convirtió en un dispositivo de uso doméstico, incluso ofrecido en los catálogos de Sears Roebuck. Pero con el surgimiento del cine porno en los años 20, donde mostraban mujeres utilizándolo de forma ‘lasciva’ fue prohibido. Hubo intentos de rescatarlo, en 1949, el manual sexual ‘El Goce Amoroso en el Matrimonio’ sugería su uso en pareja. Hoy seguimos en la lucha.
Por otro lado, los antecesores de otros juguetes también datan de añejos tiempos: antiguos manuscritos chinos muestran hombres que se ataban una seda a la base del pene para mantener la erección –lo que hoy hacen los anillos y aros- y los llamados ‘erizos’, eran círculos de finas plumas que además acariciaban la vulva de la mujer al contacto.
En pareja, incluir juguetes sexuales, abre una puerta a la necesaria experiencia de compartir e investigar juntos; explorar gustos y darle variabilidad a los encuentros. Muchos de los expertos en terapia de pareja, sugieren los juguetes sexuales como un modo lúdico de recrear situaciones, dar rienda suelta a las fantasías y aprender a manejar la intimidad fuera de la rutina.
Existe una gran variedad de formas para expresar el erotismo y disfrutar. Son muchas las prácticas y manifestaciones que abarca nuestra capacidad de dar y recibir placer.
Existe una gran variedad de formas para expresar el erotismo y disfrutar. Son muchas las prácticas y manifestaciones que abarca nuestra capacidad de dar y recibir placer.
Muchos de los ejercicios de pareja que se sugieren, consisten en utilizar un juguete para estimular a la mujer y así quitarle la carga o el peso al desempeño de los genitales del hombre. Esa ‘mano extra’ les permite relajarse sin tener la presión de una erección o un deseo eyaculatorio que deben controlar. Todo se traduce en eficiencia
Elsy