Tener hijos no es lo más recomendable para la
salud, como están comprendiendo muchas parejas que optan por alargar hasta el
infinito ese periodo gozoso que va de la primera noche juntos a la primera
noche acompañados. De hecho, tal como se está poniendo el metro cuadrado habitable,
ampliar la familia es una verdadera insensatez propia de gente que no piensa en
el futuro. Si encima le añadimos la cantidad de estímulos vitales a los que hay
que renunciar para cuidar a los niños como es debido –fines de semana, ofertas
hoteleras, cine, teatro, amigotes, cenas improvisadas, sexo doméstico– se
comprende la caída libre de la demografía en los países avanzados.
Las parejas tienen un hijo para que no se
diga, y si pudieran tendrían medio, o un hijo compartido con otra pareja (no es
tan mala idea). Y la mayoría opta directamente por dejarlo para más adelante,
que es una época indeterminada en la que suponen que estarán más preparados
para el trauma. De hecho nunca se está lo suficientemente preparado para los
niños que, para mayor cachondeo, aparecen en casa sin libro de instrucciones.
Vamos, que ni el DVD barato comprado en el hiper se atreve a tanto.
Pañales fétidos, noches en vela, febradas
inmisericordes, colegios públicos (malos) o privados (malo y caro), trastadas,
cumpleaños, adolescencia, son algunos de los términos de un diccionario de
pesadillas interminable y que se abre con el primer niño.
Sus habitaciones siempre estarán en un
desorden indecente, olerán a tigre salvaje y los armarios de medio tamaño no
sirven para guardar nada. No les diremos que las camas litera son muy bonitas,
pero para arreglar las sábanas de la de arriba hay que entrenarse en el Circ du
Soleil. Ni que lo único que les interesa a los niños de su escritorio es la
potencia RAM del ordenador. Ni que se apropiarán de su espacio y que cerrarán
la puerta para que no sepamos qué hacen. En fin, ustedes se lo han buscado.
Dejen que sus amigos sin hijos les cuenten lo satisfechos que están con su
libertad para entrar y salir, mientras miran de reojo con expresión de asco al
enano mocoso que no para de tirarles de los pantalones. Qué mono.
Déjenles en su felicidad vacía y sin
horizonte. No les digan qué se siente cuando el mocoso te pide que le cuentes
un cuento, cuando se tira a tu cuello y te estampa un beso espontáneo o te
desliza un poema lleno de faltas de ortografía en la maleta de viaje. No les
expliquen cómo huelen los bebés recién levantados o el espectáculo de la
primera película, o la ilusión de la mañana de Reyes. No es necesario que
entiendan que los niños son los que nos dan energía para vivir y una razón para
levantarse todas las mañanas y ser más fuerte que Superman (aunque te duela la
espalda). Ni que son ellos los que le dan sentido a la vida en pareja, los que
te enseñan lo que es el miedo y también lo que es la verdadera felicidad, que
es algo que aparece cuando existe un proyecto de futuro.
Ustedes
valientes insensatos, que han decidido a pesar de todo, perpetuar la especie,
no necesitan explicar a nadie la experiencia increíble que están viviendo. Ustedes
se lo han buscado. Bienvenidos al club.