Entro
de puntitas a la habitación, entro calladito. Tú dormías boca abajo mientras yo
esperaba que me perdonaras porque no pude amarte, por todo lo que dije e
inventé para que te enamoraras de mí de frente, de costado y a mis espaldas,
porque no te quise de manera urgente, febril, animalesca, como tú
querías, como el loco de la película que vimos un día y que hacía todo por
amor. Quería agitarte y tenderte ahora boca arriba para que me vieras y luego
me dijeras —aunque triste— que sí, que asintieras —aunque herida—, que
me redimieras —aunque todo—. Perdóname, mi amor, ¿me perdonas? porque mis manos
fueron el paracaídas que no pudo abrir, porque lo mío no fue un amor abrasador,
ni un amor urgente y mientras yo todavía esperaba que me perdonaras,
despertaste:
¿Qué
pasa, otra vez sin dormir?