Al igual que tu ciclo de vida, cada atardecer es único e irrepetible. Cada momento, sentimiento o emoción por el que estés pasando te hace vivirlo, sentirlo y admirarlo desde diferentes perspectivas. Las razones por las que a diario me detengo unos instantes a ver los atardeceres son: búsqueda de pertenencia y la paz que siento al conectarme con mis sentidos. Si bien es cierto que la puesta del sol dura solo un segundo, ese momento se convierte en una acción duradera de querer estar contigo mismo y eso es magia pura.
Si algo tengo que agradecer son los atardeceres, sus formas, colores, nubes, su sol, su vida. El simple hecho de poder contemplarlo y ser cómplices de su belleza. Y es que a veces, el hecho de vivir tan deprisa nos hace pensar que solo podemos disfrutarlos estando lejos de la rutina; en la playa, en un bosque, en un parque, de vacaciones. Pero la realidad es que estando en la tranquilidad de tu casa, a través de la ventana del trabajo, en el coche regresando de una larga jornada laboral, al terminar de hacer ejercicio o en el espacio donde te encuentres, la dicha de observar un atardecer es una experiencia adictiva que aprendes a gozar y que, de hecho, quieres sentir todos los días.
Los exhorto a que busquen los atardeceres. Llenemos nuestro cuerpo, mente y espíritu de vida; también agradezcamos porque mañana no presenciaremos otro espectáculo igual.