Hace un par de semanas la esposa embarazada de un amigo sufrió amenaza de aborto. Cosa irónica en una sociedad que se reproduce a lo pendejo, donde las amenazas telefónicas, de secuestro, extorsión y muerte son las que están más de moda.
Mi compa, el futuro padre, quedó desempleado. El poco dinero que recibió de indemnización lo utilizó para pagar cosas que aún debía de su boda, cuatro años atrás.
El fin de semana nos juntamos a beber y platicar. Pasadas las seis cervezas, le pregunté:
-¿Y no te da miedo, güey?
-¿Miedo de qué, güey?
-De que vas a tener un hijo y no tienes trabajo.
-No, güey… las cosas como quiera salen; todo se da. Por un hijo uno hace hasta lo imposible –respondió con mucha seguridad.
No sé a ustedes, pero a mí nunca me han tranquilizado este tipo de frases optimistas.
Pasaron otras seis cervezas y mi compa seguía hablando de sus planes y de cómo se prepararía para la llegada de su hijo. Yo sólo escuchaba y fingía estar atento, diciéndole a todo que sí, que tenía razón, que todo saldría bien; pero, en el fondo, me aterraba pensar que fuera yo quien estuviera en sus zapatos.
Hace un par de días sucedió algo similar en el negocio de la familia. La esposa del encargado está embarazada por tercera ocasión y tuvo una amenaza de aborto (¿será acaso una señal del mundo para que se dejen de reproducir a lo pendejo?).
El encargado se la pasó preocupadísimo esos días, pidiendo permisos para ir al seguro social, para llegar tarde, para salir temprano, para ir a casa de su suegra, para ir por sus otros dos hijos a clases, etc.
En un principio no comprendí si su mortificación era por tener un tercer hijo no planeado (dice que el dispositivo intrauterino falló) o por el riesgo a perderlo.
Y es que, analizando las cosas como son y dejando a un lado frases como “los hijos siempre son una bendición”: ni a él ni a mí nos beneficia esta situación. A él no le beneficia porque sus gastos se elevarán, su espacio se reducirá, la presión se duplicará y tendrá que trabajar doble... o triple. A mi no me conviene porque de seguro me pedirá un aumento de sueldo y, a como están las cosas, es imposible, así trabaje 24 horas extras al día.
Ayer, el encargado llegó muy temprano, con una sonrisa de alivio.
-Ya se arregló todo, ya está bien mi vieja –dijo.
-Qué bueno, me da mucho gusto…
-Mi niño nace en octubre.
Quise preguntarle lo mismo que a mi amigo: que si no le daba miedo, pero me limité a “felicitarlo”.
-Ahora sí: a echarle el doble de ganas, no hay de otra –dijo agitando los puños y con cierto brillo en la mirada.
Su absurdo optimismo me deprimió y arruinó el resto de la tarde.
Pensé que, irónicamente, mi cobardía y mi mayor temor -tener niños- es lo que me hace vivir tan tranquilo, sin andar diciendo frases o adoptando actitudes disfrazadas de positivismo como único recurso.
Gutto Caballero