Por: Alejandro Páez Varela
Lunes 4 de junio. “Imposible” es una palabra menos en el diccionario del PRI del nuevo siglo, ése partido político que gobernó México durante más de 70 años y que nos atrevimos a dar por muerto en 2000.
Si hace unos cuantos meses se le escatimaba el ser nombrado “el partido más poderoso del país”, ahora sería necio no reconocerlo.
Su estructura corporativista, en pleno 2011, podría movilizar multitudes para llenar la plaza de Tiananmen en China o las calles de la Habana o de Caracas o de Washington con gente que no sabría siquiera por qué apareció allí, y tampoco cuándo tomó la decisión de viajar miles de kilómetros. Ese es el poder del PRI.
¿Por qué ganó en Coahuila y en el Estado de México? Y además, ¿por qué de manera tan avasalladora?
La respuesta más simple y quizás la más directa es que los priístas son buenos. Y no se entienda “buenos” como correctos, justos, cumplidores, legales, etcétera. No. No es “bueno” un partido que ha perfeccionado el arte de movilizar los recursos públicos a favor de sus candidatos. Es “bueno” porque conoce, como pocas instituciones políticas del mundo, el arte de hacer campañas.
En esta elección no iba por Coahuila y por el Estado de México. Ambas entidades estaban ganadas de antemano. La campaña era (es) por el gobierno de la República, que se disputará en 2012.
Qué habilidad del PRI. Qué manera de ubicar las debilidades del otro; de saber comprar las voluntades con promesas a futuro y con recursos en lo inmediato. Qué habilidad para un anciano que corre hacia su primera centena y entiende como pocos las redes sociales y todos los recursos de Internet.
¿Por qué ganó el PRI en el 2011? Por sí mismo, y por todos los demás. Por la falta de una oferta firme de los partidos, que han intentado sin éxito seguir los caminos de la vieja familia revolucionaria (compra de sindicatos, corrupción, uso de recursos públicos, manejo de instituciones). Y por una respuesta débil de la sociedad civil ante una maquinaria que potencia, como en el pasado, el poder de las movilizaciones a favor de su causa.
Enrique Peña Nieto, precandidato presidencial, y Humberto Moreira, líder nacional del PRI, derrotaron cualquier señalamiento de corrupción y doblaron a quien los acusaran de juego sucio.
Ahora son dos de los hombres más poderosos del país. Aún más cuando la figura del presidente Felipe Calderón, como mandatario y como máximo líder opositor, se desdibuja a diario.
Dinero a pasto
El dinero en especie sirve para ganar elecciones. Y tanto en el Estado de México como en Coahuila hubo dinero a pasto. Lo decían en el “Dictamen Ciudadano de Vigilancia Electoral 2011″ los analistas Sergio Aguayo, Jhon Ackerman, José Antonio Crespo, Eduardo Huchim y Alfonso Zárate: lo del PRI fue dispendio; toda la carne al asador. El gobernador Peña Nieto y Moreira querían que no sólo saliera a votar el priísmo duro en favor de Eruviel Ávila (y de Rubén Moreira), sino también los abstencionistas. “Eso explicaría el dispendio del PRI en la elección mexiquense y la presunta intervención del gobierno estatal”, estimaron.
“Lo que quiere [Peña Nieto] es avasallar. Es ganar de una forma tan contundente que muestre un músculo potente para crear la percepción de la inevitabilidad de que regresará el PRI en el 2012″, dijo Huchim, ex consejero electoral.
Hay señalamientos de acarreos en los que participaron vehículos oficiales tanto en Edomex como en Coahuila. Hay acusaciones de compra de votos, presiones, castigos; de uso de recursos públicos. ¿Pero en dónde están las evidencias? Las ciudades en elección están saturadas de publicidad priísta, pero nadie podrá probar que se rebasaron los topes de gasto para campañas. Hay millones y millones de pesos metidos en las redes sociales y en Internet en general. ¿Y la evidencia? ¿Y la autoridad electoral?
El nuevo PRI es también un PRI refinado. Nadie probará nada. Ni aunque presionen a los tribunales.
Y así, con la gran lección del 2011, pasaremos al 2012.
Da la sensación, en efecto, de que poco se podrá hacer para evitar que Peña Nieto sea presidente de 2012 a 2018.
Opositores debilitados
Otra razón del triunfo está en los partidos de oposición. Improvisados, divididos. Siguen en pañales, a pesar de estar tan viejos.
El PRD, Convergencia (que está por cambiar de nombre) y PT son “un cuerpo” desarticulado, o miembros dispares de una unidad que se engloba en el término “izquierda”. Son músculos que operan en distintas direcciones. La foto que Alejandro Encinas se tomó al iniciar su campaña con líderes como Andrés Manuel López Obrador, Cuauhtémoc Cárdenas y Marcelo Ebrard ayudó en la percepción de unidad; sus cálculos indican que aumentó a su favor entre 6 y 9% la intención del voto, sólo por esa imagen. Pero la foto es insuficiente en un grupo político que el resto del año (durante años) da señales de fractura. Los votantes no son tontos. Una foto es una foto. La izquierda está estigmatizada.
Encinas, de acuerdo con varios análisis realizados por ADQAT para Sinembargo.mx, fue un buen candidato. Sólido en los debates, fuerte en las calles. Pero le faltó tiempo y estrategia para romper el bunker de Eruviel Ávila. Solo no podría. Necesitó más estructura partidista y no pudo renunciar a la imagen que la izquierda ha construido durante años.
El PAN, por su parte, tuvo por lo menos tres problemas en este proceso. El primero es la violencia. The Economist publicó un reportaje hace unos días en el que dice que la inseguridad no sólo impactaría el proceso 2011, sino también el 2012. “El PRI –dijo por su lado Los Ángeles Times en el cierre de campaña– insiste en que se ha reformado y modernizado, y ha capitalizado la indignación pública por el crecimiento de la violencia y la lentitud de la economía para obtener ganancias significativas”.
El segundo problema del PAN fue el candidato. Mal seleccionado. Luis Felipe Bravo Mena es una hechura de Calderón; aunque tiene una carrera propia, viene de ser secretario particular del presidente. Los problemas de popularidad del mandatario los cargó el mismo Bravo Mena. El candidato mismo se vio poco hábil. Sufrió en campaña. Se le vio nervioso, desesperado, inestable. Dio por lo menos dos golpes de timón que no sirvieron. Además, es demasiado conservador para el centro del país, en donde los votantes son más liberales. Mal candidato.
El tercer problema es que al panista le cobraron los 10 años gobierno federal sin resultados o –por lo menos en la percepción– fracasados. El PRI sabía bien que si derrotaba al PAN en 2011 dañaría la moral futura del partido del presidente. Calderón cayó en la trampa en 2011: impuso a un incondicional en la candidatura de Edomex. A uno poco poderoso. Mostró su debilidad antes de tiempo. Seguramente impondrá a su candidato en 2012 y para el PRI será repetirle la dosis de golpes que ya mostraron su efectividad un año antes.
El miedo al cambio
También debe considerarse que estamos hablando de dos estados, Coahuila y Edomex, que no han pasado por una transición política. El ciudadano promedio mantiene el temor –alimentado por el PRI– de apostar por otra oferta que no sea la que conoce. No ha experimentado. La maquinaria electoral priísta permea mejor; se lubrica con esa predisposición de los votantes.
Además existe una oposición débil por sí misma, y debilitada y dividida desde los gobiernos locales que evitan a toda costa que crezca.
Resultado: los ciudadanos con libertad para votar cerraron los ojos y decidieron cómodamente por el menos peor. Por el que ya conocen. Por el que empobreció a sus abuelos y a sus padres, sí, pero el que se mostró más sólido, y “promete” para 2012.
Y la guerra
Sí, y la guerra. El fallido combate al crimen organizado ha trastocado también el sistema político mexicano. Al equivocar la estrategia, el presidente Felipe Calderón golpeó a su partido y el PRI ha capitalizado el error. Los muertos y desaparecidos son tantos y la percepción de que vivimos en el terror es tan real que anula el efecto de cualquier captura o muerte de capos. Los ciudadanos no quieren más guerra. Y la guerra está asociada a un solo rostro: Calderón. Y Calderón lleva en la frente una sola marca: PAN.
Aunque este capítulo merecerá, sin duda, un análisis más amplio.
***
¿Por qué ganó el PRI de manera apabullante? Porque quería que fuera así: un triunfo rotundo. Nadie ni nada se lo impidió; ni las instituciones electorales, ni los partidos, ni los ciudadanos.
Y así, hoy tiene en la bolsa, con más certeza que antes, el triunfo del 2012.