Ya mirará usted ese viento que sopla sobre Luvina. Es pardo.
Dicen que porque arrastra arena de volcán; pero lo cierto es que es un aire negro.
Ya lo verá usted.
Se planta en Luvina prendiéndose de las cosas como si las mordiera.
Y sobran días en que se lleva el techo de las casas como si se llevara un sombrero de petate,
dejando los paredones lisos, descobijados (...)
Juan Rulfo
Luvina
México, como Luvina, se ha llenado de aire negro. Lo vemos en las noticias, en las redes sociales, en la mirada de la gente. En México, como en Luvina, el gobierno no tiene madre. Sin embargo, a diferencia de Luvina, a este México lo hicimos nosotros. Los que dejamos de denunciar, de trabajar y buscamos una salida fácil. Lo hicimos al aguantar en silencio y voltear la mirada de lo que no queremos ver. Los que dejamos de pensar.
Esta tarde leí Luvina y mi corazón se aceleró. En sus letras vi reflejado el sentimiento de tristeza, desolación y abandono que siento al escuchar de los niños quemados, de las familias que pierden a sus hijos, de los estudiantes que mueren por estar en su escuela, en el momento equivocado.
¿Por qué leer cuentos desbordados de tristeza? ¿No tengo suficiente con la realidad? ¿No sería mejor conectarme al televisor o leer sobre chismes de la realeza mexicana?
No. Porque al leer, comienzas a pensar. Y cuando piensas, comienzas a actuar. Es necesario remarcar el papel del libro y de la escritura como un despertador de ideas. El libro como cuestionador de entornos. La escritura como reflejo de nuestra realidad.
Escuchamos las noticias sobre la violencia en nuestro país y sentimos cómo el coraje se almacena en nuestras entrañas. Lo hablamos con el compañero de oficina y la madre asustada. Pero no hacemos más. Mientras la violencia no toque una vena importante de nuestro sistema, no hacemos más.
Esa alarma está ahí. Sólo hay que buscarla entre las líneas de un verso, de un cuento o de una novela. Con seguridad, el autor no buscaba otra cosa más que expresarse. Bajar a un papel las ideas que desbordan en su cabeza. Nosotros, como lectores, nos toca aprovecharlas.
Luvina quedó poco a poco sin habitantes. Quienes la abandonaron, no podían hablar de otra cosa que no fuera lo mal que la pasaron ahí. Explicaban, sin tratar de convencer o justificarse, porque ese no era un buen lugar para vivir.
¿Cuánto falta para que en México se queden sólo los necios? ¿Qué necesita pasar en nuestro país para que termine hablando así de él? ¿Qué puedo hacer para evitarlo?
Rox