No me apetece hablar casi nunca. Creo que ya lo he comentado aquí un montón de veces pero nunca está de más recordarlo. He llegado a considerar irme a vivir muy lejos e inventar que soy mudo para que la gente me deje en paz, pero la verdad es que sí me gusta hablar a veces, discutir sobre todo (me encanta discutir) y por eso mejor no. Es cuando estoy de un humor de los mil demonios que, ni por asomo, sale una palabra de mi boca. Ni un soplido, vamos. Nada nadita. Cuando estoy de malas, prefiero no hablar en lo absoluto, por precaución, por respeto a mí y a los demás. Siento que soy una mala persona cuando estoy enojado y me da miedo decir algo que no debiera. Algo seco y lacónico, pero hiriente. Tóxico. Sin gritar ni nada, con voz bajita y tranquila, y sin groserías, aparentemente con indiferencia, a veces hasta con gracia, pero con las palabras exactas para matar.
Llevo varios días con un humor de los mil demonios. No me pregunten por qué, no es nada importante ni curioso, y además no se lo diría, pero así es. Me pasa con poca frecuencia, pero me pasa. Ahora mismo me está pasando. Cualquier cosita me cae en la punta de la verga. Imagínense. Hagan una imagen mental y llévenla al cine, para que el mayor número de personas posible se dé una idea de lo que estoy sintiendo en este momento y reflexione sobre la miseria del mundo. Creo que no hay nada ni nadie que no deteste ahora mismo, salvo escribir este post, no sé por qué. Todo me caga, como pubertín quesque punk o emo de mercado. No me extrañaría ser ambos.