Tuve la oportunidad de conversar con dos sheekahs del trabajo sobre las peleas entre parejas. Sobre todo entre parejas que viven ya bajo un mismo techo. Yo ya me he encontrado en esa situación.
Pleitos muchos. Debo admitir que la mayor parte de la culpa fue mía, aunque ella tuvo momentos fuertes de negligencia. Pero eran más frecuentes los míos. Lo que sale a relucir es que, cuando estamos molestos, es fácil soltar cualquier comentario con tal de salir victorioso y demostrar la razón. Cuesta trabajo doblar las manos y admitir que la hemos cagado. Recuerdo que la mayoría de los pleitos escalaron a un coraje mayor por el puro orgullo. Y en los momentos de desahogo –los que yo prefería pasar lejos para evitar decir o hacer algo que me causaría arrepentimiento– pensaba: la próxima vez no me entregaré tanto al coraje. Pero llegado el siguiente pleito olvidaba mi promesa y me dejaba guiar de nuevo por el ego y las ganas de demostrar superioridad.
A veces explotamos con la persona que más nos ama porque es la única que aguantará nuestras idioteces. A veces buscamos esos choques. Un día del carajo y la revancha está esperando a salir del corazón. No podemos decirle al jefe: "Vas y chingas a tu madre, puto". O sí podemos, pero las consecuencias son mucho peores que las propinadas por una pareja. Habrá gente que viva en Jauja y nunca se haya enfrentado a un desmadrito con esas características, pero tarde o temprano algo nos molestará. Tal vez ella deja el cabello en la regadera y jamás lo levanta. Tal vez tú pasas demasiado tiempo en el Xbox y te haces guaje con las tareas mundanas. Tal vez ella quería pasta y tú pizza. Tal vez le pediste que eligiera lo que comerían ese día por pura cortesía, pero en realidad te importa poco su opción y terminas argumentando mil pretextos por los que la pizza será mejor.
Dar el brazo a torcer es un dolor de huevos –u ovarios, supongo. Pero a veces es bueno dejarla ganar en Fight Night o ir a ver Sex and the City por nonésima vez. Es como acumular gamerpoints. Habrá un momento en que nos toque a nosotros ser los consentidos. Y cuando el coraje sea tan grande que sientas esas ganas de humillar que son tan típicas, lo ideal será ver Fight Club o salir a caminar un rato. Yo recuerdo que las caminatas iPodizadas relajaban mucho mi instinto destructivo en los instantes en los que el coraje me convertía en un Vesubio humano.
No hay necesidad de llegar al pellizco o el insulto.