Pasaron de moda los emos.
Ahora cómo le van a llamar a mi tristeza. Estaré, en teoría, dos semanas más
trabajando en este encierro santafesino degenerado y frustrante. Lo que leo en
mi hora de la comida tendrá que ser releído desde el más dichoso de los
desempleos. Atrapado en días sin prosa ya ni ganas de beber tengo. Se me están
empezando a confundir las cosas que imagino con las que sueño y con las que
pasaron. Los espejos me devuelven versiones terribles de lo que seré. Siempre
he tenido la impresión de que en el pasado fui bello. Irrecuperablemente bello.
En breve es mi cumpleaños. Celebrarlo me parece una payasada, es como asumir
que uno es el centro del mundo. Esa es una mentira. Todo a mi alrededor se cae
a pedazos. Observo el río de caca. Antes Mario Flores me cambiaba los focos de
mi casa, llevo como año y medio con el foco del baño fundido. Todo se cae a
pedazos. Escribo índices pero nunca los cuentos que lo conforman. Internet es
muy limitado: ya chequè mis tres mails, mi blog, mi tuiter, mi google+... ¿y
ahora? el otro día escuché que llovía pero no llovía y yo le preguntaba a mis
seres queridos si estaba lloviendo pero nadie me respondía y era de la verga..
una sensación espantosa porque el ruido no cesaba. ¿Llueve? ¿Llueve? Ninguno
decía nada y yo no quería asomarme a la ventana porque ahí estaban los
cadàveres de las putas de mi infancia. Creo que necesito una limpieza bucal.
No. Más bien he perdido de vista a la ballena blanca. Mis manos ya no crecen,
caray. Los edificios siguen derrumbándose pero a la vez están de pie y yo
escucho la lluvia, como clavos, no falta el vecino pendejo que se pone a
taladrar a las siete de la mañana, cuelga un cuadro de su bebito. Negros de
humo me persiguen. Tengo que sobrevivir dos semanas más. Peinados y cheques y
clicks de cámaras y platillos carísimos y sigo sin saber si ese día estaba
lloviendo.