Recuerdo
perfectamente esa noche, ese instante.
Ahí sentada en la oscuridad de mi alma y sintiendo la desolación en su máxima
expresión, llegaste, y contigo la consolación.
Dejemos claro que nunca te invité. Hasta podría decir que aprovechaste el
momento…
Por años fuiste una amiga, un consuelo y hasta una simple espectadora a ratos.
¿Cuánto nos tomaría llegar a ser amantes? Años… Eso me tomaría darme cuenta que
te amaba. Al igual que nuestro primer encuentro, fue una noche, sólo tú y yo;
sin palabras, sólo un tierno abrazo que me hizo darme cuenta, era tuyo.
“Por fin llegaste” dijiste, “Gracias por esperar, te había confundido con otras
caras” susurré.