La gente vieja me
deprime. Me deprime su aspecto y la idea de saber que el cuerpo poco a poco se
les está descomponiendo, así como también me angustia lo feo que debe ser vivir
en cuenta regresiva. Amanecer agradeciendo (o maldiciendo) un día más de vida
me parece aterrador. ¿Cómo hacen para seguir aquí sin motivo alguno? Quién
sabe. Y podrán decirme que no, que pese a todo hay ancianos muy alegres y
felices con la vida que llevaron, pero lo dudo mucho. Y no, el estar consciente
de que todos vamos para allá no me tranquiliza en absoluto.
Digo esto porque a
últimas fechas veo mucho anciano solitario por las calles. Las viejitas
cargando bolsas que pesan más que su propio esqueleto, los viejos que caminan
elegantemente apoyados en un bastón mientras intentan cruzar la calle con
lentitud cautelosa, los ancianos vagabundeando perfumados con el olor más
apestoso que pudiera existir y las abuelas que se maquillan admirando fotos
antiguas de cuando eran hermosas son imágenes que, pese a no ser nada nuevas,
me impresionan como antes no pasaba. Me impresionan y me deprimen. Y aunque
siempre he creído que los ancianos solitarios lo son porque fueron culeros
durante sus tiempos más jóvenes, eso no me ayuda a calmar la sensación extraña
que siento al verlos.
Pareciera que siento
lo que siento porque me identifico en ellos, después de todo, son muchas las
ocasiones en que me han dicho anciano (con eufemismos, pero anciano). Pero no.
Otros dirán que le tengo miedo a la madurez y a envejecer. Éstos quizá están
más cerca de lo real, ya que no le tengo miedo a envejecer, pero sí a envejecer
tanto: me gustaría vivir máximo 60 años, aunque sé que moriré a los 50 (tantas
borracheras son un plan maestro para conseguirlo)... Meh, ya me desvié, como de
costumbre. Retomemos.
Tanto viejo
abandonado me ha hecho cuestionarme cómo alguien logra seguir existiendo a
pesar de que las energías ya son tan pocas, ¿para qué hacerlo? Y no lo digo
desde un punto existencialista sino desde la sorpresa que me produce que el
instinto de supervivencia sea tan incorruptible. "Quiero vivir, aunque no
sepa para qué, aunque ya sé que es inútil", gritan sin darse cuenta todos
esos viejos que ya no tienen esperanzas en nada. Y esto no es retórico, de
verdad lo he preguntado (con eufemismos, pero lo he preguntado).
Respuestas como
"pues ya para lo que voy a durar aquí, qué más da"; "a mi edad,
eso qué importa"; "no sé cuánto más vaya a vivir, pero…"; y un
largo etcétera me dan la razón (o no, pero me la invento a partir de ahí). Eso
sí, al final todos los entrevistados llegan a la misma conclusión: les duele
recordar su pasado. Supongo que a su edad recordar les tomaría más
tiempo que morir.
Y que el recuerdo
les pese tanto me hace pensar que quizá por eso siguen vivos aunque les falten
motivos… quieren castigarse por algo que sólo ellos saben. Pero después lo
pienso mejor y creo que los entiendo un poco, entonces llego a la parte que me
causa más admiración que tristeza: esperan con calma el final, quieren terminar
la vida que empezaron a pesar de que nacer no haya sido decisión suya. Aquí es
donde me pregunto: ¿quién se quiere morir? Nadie.
Estúpido instinto de
supervivencia. Estúpidas ganas de vivir.
Ahora todos podrán
creer que estoy a favor del suicidio. Para nada, sólo estoy en contra de que se
viva tanto y sin motivo. Parece lo mismo, pero no lo es.
Escribo esto
mientras me viene a la mente la imagen de un viejito que mira obsesionado su
reloj, como queriendo que su existencia y sus manecillas se detengan al mismo
tiempo.
¿Cómo me imagino mi
vida de viejo? No la quiero tener, pero si la consigo, seré un viejo borracho y
raboverde, qué más da.
P.D.: Sí, hay viejos contentos y satisfechos con su vida,
pero también ésos se cuestionan si mañana amanecerán vivos. Y sigue
pareciéndome angustiante.