Juan despertó más temprano que días anteriores, hoy saldría del hospital después de estar ocho días internado.
El chico no había logrado su objetivo, las pastillas que tomó para quitarse la vida sólo provocaron una grave intoxicación, pero él nunca estuvo en un verdadero peligro.
Juan se encontraba impaciente, había comprobado que su familia sentía algo por él. Aunque lamentaba tener que haberse dado cuenta de eso después de haber intentado suicidarse.
Sin embargo, Juan tenía una nueva postura frente a la vida. Toda la noche se la pasó planeando sus actividades para los próximos meses. Él y su madre reformularían su relación y posiblemente su padre se integraría regularmente a lo que a partir de hoy se convertiría en un nuevo inicio.
Aún sentía con gran intensidad los abrazos que días atrás él y su madre se dieron. Aún le resonaban en el oído esas palabras de reconciliación que desde hace más de cinco años esperó escuchar de la persona a quien más amaba en la tierra.
Juan lamentó haberse portado como un salvaje en los últimos años, pero era lo suficientemente listo como para culpar a su inmadurez e inexperiencia, común en un adolescente, de todos los problemas en los que se metió.
El reloj marcaba las 8:30 AM, su madre debía haberlo recogido hace una hora, sin embargo, Juan no dejaba de sonreír, de soñar, de imaginar. Hoy era el inicio de una nueva era en su vida y el retraso por unos minutos de su madre no le amargaría la mañana.
Poco después entró un doctor, eso supuso Juan ya que el sujeto no portaba su uniforme y ninguna identificación. Juan fue interrogado varios minutos sobre su familia, su hogar y algún pariente cercano. Minutos después le informaron que sus padres habían muerto en un accidente cuando ellos se dirigían hacia el hospital. Le mencionaron que su madre traía consigo un oso de peluche. Le entregaron el oso, el cual estaba algo sucio y le faltaba un ojo. Juan no lloró, solo se quedo mirando fijamente al oso. Así iniciaba la nueva era de Juan.
Eduardo Sánchez López.