Un escritor no aspira a
ser un maestro de las masas, sino un “blasfemo aislado”, que no grita en la
plaza pública, sino escribe en el silencio de su habitación, que no se empeña
en educar al pueblo, si a concientizarlo, sino a ser fiel a sí mismo, a tener
el derecho a dudar y hasta a equivocarse, pero “desde su soledad, desde su
cuarto”, hecho preferible a repetir “la verdad del partido o de la iglesia”.
Octavio Paz