Ser joven está de moda. Cualquier escuincle de quince años ya quiere ser el más maricón del d.f. o el nuevo goleador del mundo. Y es verdad que la juventud es una cosa preciosa, sin embargo tiene un “contra” abismal. La tristeza. Estar chavo es estar triste.
Lo que no entiendo es cómo nos empeñamos los que hemos perdido la juventud en estar tristes, en prolongar un sentimiento tan poco productivo hasta sus últimas consecuencias. En esto me incluyo. No hay día en que no jure y re jure que la felicidad es un estadio inalcanzable. En que no me repita una y otra vez que la gloria es para los demás.