viernes, 6 de enero de 2012

Tercer post pesimista del año

Ahí donde me ven, no siempre fui el ser de luz que soy, en algún momento de mi infancia fui una pequeña niña bonita y chantajista.

La navidad de 1995 no ocurrió como yo esperaba. Yo ya sabía que eran mis padres los santaclóses pero también sabía que era la perdición de cualquier niño que sus padres se dieran cuenta de que su sucia mentira ha sido descubierta; los regalos nunca vuelven a ser lo mismo y después ni ganas le echan a esconderlos ni nada, así que no podía evidenciar demasiado mi molestia hacia mis progenitores, pero, una tarde de comida familiar post-navideña sucedió...

- Mesero, tráigame lo que usted quiera.
- P-pero, ¿cómo?
- Si, lo que quiera.
- ¿lo que yo quiera? -dijo volteando a ver con extrañeza a mis padres.
- Si, solo tráigame algo.
- Bueno, pero, debe haber algo en la carta que te apetezca, niña...?

Mis padres se volteaban a ver tratando de descifrar de qué se trataba esta vez.
- No importa ya, tráigame algo que me quite el hambre.
- Elija algo, vamos, ¿por qué no?
- ¿por qué si? No, ya para qué, no tiene caso.
- Jaja, ¿cómo que no tiene caso?
- No, si le pido una hamburguesa ¿quién me asegura que no me va a traer un sándwich? A los reyes le pedí en la cartita un pony y un brincolín ¡y me trajo el micro hornito!... ¡y el rosita! ¿usted cree?

Mis papás abrieron los ojos como cacalotas y no supieron qué hacer. Mi papá tosió y se paró para ir a reírse afuera, mi mamá solo dijo "Tráigale un sandwich..." y volteó al cielo como preguntándose en qué se había equivocado y qué karma estaba pagando.

Lo que pregunto yo cuando volteo al cielo es lo que iré a pagar yo. Que todos los santitos del cielo y la virgensita me amparen.

Ana.