Tantas cosas que disfruto en
la vida: los dos minutos finales de un partido apretado de la NFL, las nalgas
femeninas, la cerveza fría en la tarde, el olor de las revistas recién llegadas
de la imprenta, la risa franca de mi hija, el olor a perro de los perros, el
dorado momento en que encuentras un billete arrugado en una chamarra. Así
podría pasar horas, enumerando pequeños goces que me harán extrañar este mundo
cuando me toque largarme, pero prefiero concentrarme en algo que disfruto y que
hago todo el tiempo: escribir. Por mi trabajo y por la época en la que vivo,
escribo todo el tiempo. En el móvil. En el Gtalk. En el mail de la oficina. En
libretas. En el Twitter y el Facebook –aunque esos pequeños impulsos de
escritura duran poco y no producen tanto placer. También de repente escribo
artículos de interés general para algunas revistas, o posts como este para mi
blog u otros blogs por ahí. Y también escribo ficción. Me gusta producir
comedia y un tipo de “ficción especulativa” que no he acabado de definir muy
bien. Antes me gustaba mucho el cuento, y luego moví mi energía a la novela.
Mis esfuerzos se trasladaron del énfasis en el estilo (un estilo adolescente y
arrebatado e irresponsable con el que escribía a fines de los ochenta y
principios de los noventa) al disfrute lento y sabroso de la estructura. El
gozo irremediable de montar el andamiaje y sobre eso ver crecer la historia, los
personajes, a dónde se dirige la acción, observar escenas que la musa te
susurró meses o años atrás.
En la construcción de una novela, la proximidad emocional
es clave. Sentirte cercano y familiar con una historia y un setting en el que pasarás mucho tiempo es tan
importante como sentirte cercano y familiar con una persona con la que
compartes una casa. Proximidad emocional, que no devoción (no creo que el apego
escriba buenas historias), pero tampoco neutralidad (si desaparecen las ganas
de cogerte tu propio libro deberías ponerte a buscar otra historia).
En el proceso de escritura,
sin embargo, se entremezclan decisiones frías. Algunos días lejos del
manuscrito o una opinión de un tercero ayudan a ver las cosas desde otro
ángulo. Con la cabeza fría se juzgan mejor escenas demasiado largas, chistes no
tan graciosos, personajes irrelevantes, situaciones que taponean el avance de
la historia. Todo esto tiene que ver con la parte de “montar el andamiaje”:
estructurar una historia y súbitamente mirar cómo se desenvuelve con fluidez.
Esa parte es bella. Casi un jodido milagro, como mirar asombrado que el
Frankenstein en el que trabajaste tanto tiempo sí logró levantarse y caminar.
It’s alive, dude.
Pero todo esto implica
adelantarme a los trucos del tejido de una historia, del oficio artesanal que
consiste en lograr que un relato funcione. Estoy dando por hecho que dicho
relato tiene un pelo de originalidad, de espontaneidad, de inspiración.
Hoy leí por qué el exceso emocional es esencial para
escribir.
La premisa básica es: el gran arte se nutre de las emociones más intensas, del
terror, del amor desencajado, de la soledad, de las pérdidas. Tiene sentido: la
fuerza emocional de escribir bajo la influencia de una mujer que nos rompió el
corazón es más poderosa que, no sé, salir a comprar cigarros (o el pan, para el
caso). Sin embargo, algo intenso, un exceso puede venir de la anécdota simple
de salir a comprar cigarros. Es la energía con la que fabulamos una
experiencia. Anaïs Nin, la divina autora francesa, dice que no hay que tener
miedo de sentir fullness, pues se trata de una
fuerza natural que nos arrastra a las experiencias y después a escribir. Sí:
uno puede escribir sobre una o muchas experiencias fantásticas o cotidianas, o
solo fabular sobre ellas. Pero lo importante es
hacerlo lleno. Pleno. Sin miedo de liberar el fullness.
En el contexto del budismo Shambhala, el fullness de Anaïs bien podría cruzarse con
el llamado lungta, una palabra tibetana que
quiere decir “caballo de viento”, windhorse, una energía vital que nos conecta con
nuestra bondad básica, y que puede cabalgarse y dominarse. El maestro Trungpa
escribió: “La experiencia personal de este viento es un sentimiento de sentirse
completa y poderosamente en el momento presente”. No he hallado mejor
definición de arribar a ese lugar a donde el escritor puede llegar, y llegar
solo, completamente lleno de windhorse, ese lugar al que se accede normalmente
después de un buen tiempo de experimentar soledad. Y cuando se está ahí, hay
que escribir sin ser “miserable con tus pensamientos y sentimientos”, como
dice Anaïs.
Lo que un escritor necesita es escribir. Escribir,
escribir y escribir. A pesar de que todos te digan que no pierdas el tiempo. O
a pesar de que no tengas tiempo. A pesar de que las palabras salgan rancias al
principio, o en muchos principios. Escribir da oficio, disciplina y crea
hábitos y habilidades esenciales para domar el windhorse. Escribir
libera, aniquila el miedo, cura la gripe, el acné, la alopecia, enaltece, es un
fin en sí mismo, da “conocimiento, salvación, poder, abandono”, parafraseando a
Paz, y “revela este mundo; crea otro”.
Tan importante como tener algo de qué escribir es escribir
en las condiciones que hagan sentir mejor al autor. Por supuesto, no hay reglas
escritas en mármol, pero sí una serie de ideas básicas que tienen que ver con
el ejercicio básico de imaginar una historia y desarrollar las habilidades
esenciales para ejercer esa habilidad de manera artificiosa y eficiente en una hoja de papel (o
en una hoja electrónica, para el caso).
El cuerpo humano es una masa ordenada de músculos, grasa,
líquidos (unos más viscosos que otros), huesos, pelos y otros tejidos. A pesar
de que los documentales de la televisión y la “sabiduría popular” (whatever
that means) nos recuerda que se trata de una “máquina perfecta”, debemos
alimentarla, cuidarla y aceitarla. El hecho de escribir implica ser mindful del cuerpo y estar conscientes del momento
presente en el que estamos tecleando o dibujando garabatos en una libreta. No
es igual sentar las nalgas en un piso frío y húmedo que en una silla cómoda y
seca. No es lo mismo escribir en un cuartucho supuestamente “bohemio” que en
una habitación propiamente iluminada y ventilada. El cuerpo del escritor
resiente o asiente el sitio en el que se coloca a imaginar sus historias. Leer
es un ejercicio mental, como decía Nabokov, y escribir también; sin
embargo, no hay mente lúcida detrás de un cuerpo idiota.
No estoy diciendo que el escritor deba ejercitarse o
mantenerse en excelente forma física. Ejemplos sobran de escritores ebrios,
panzones y farmacodependientes, alejados por completo de cualquier indicador de
salud de la OMS. Existen algunos ejemplos de escritores deportistas, por
supuesto, el más notable el del egregio Haruki Murakami,quien además de novelista es corredor de
ultramaratones. Pero son los menos. Son eso: caso notables.
Yo me refiero a mantener el
cuerpo en una situación idónea para escribir. Habrá quien me diga que el piso
frío y húmedo es ideal para él; quizá se trate de un faquir. Los demás
escritores necesitamos una serie de condiciones importantes, a saber:
1) Una silla cómoda, 2) Una
habitación bien iluminada y ventilada, 3) Una hidratación constante, 4) Un
procesador de texto poco intrusivo, 5) Un método de “capitulación” interna, 6)
Tiempo para concentrarse.
Las dos primeras, creo, no necesitan mayor explicación. De
la tercera condición se puede apropiar el agua, el licor, la cerveza o el café,
pero debo decir que, aunque soy bebedor de cerveza al momento de escribir, que
una buena sesión no se puede completar sin al menos dos litros de agua.
Combinen su whiskey o su absinthe con
agua, si quieren, pero agreguen agua a la mezcla. Su cuerpo lo agradecerá.
El procesador de texto es importante. Hace las veces de
máquina de escribir de nuestros tiempos, es la página en blanco electrónica y
donde todo sucede. Software horrible como Word, lleno de barras de
herramientas, distrae y complica. El escritor no necesita acomodar márgenes,
elegir tipografías o interlineados de párrafos a la hora de crear un mundo
imaginario. Las únicas herramientas esenciales son las que se tienen en el
teclado. El uso de bold, itálicas,
versales o subrayados son lujos, son add-ons. Cuando los escritores escribían en máquinas
de escribir golpeaban una página con las teclas y cada tecla representaba un
valor, una letra, un signo, una máyúscula. La edición se hacía más tarde. Es
igual con el procesador de textos actual. No necesitas más que poner atención
en lo que estás escribiendo. Esto incluye el uso del navegador web a la hora de
escribir. Celebro que se use con fines enciclopédicos, como un diccionario de
mano, no como una distracción pedorra. ¿Por qué querrías leer tuits idiotas de
alguien que no conoces cuando en tu página está naciendo la alquimia peculiar
de un mundo creado, imaginario, rico y vivo y tan real como tú desees que sea?
Deja los tuits idiotas para otro momento del día. No para el momento de
escribir.
En mi experiencia, hay que
desconfiar de las aplicaciones que prometen “notas”, capitulación sofisticada o
que supuestamente estén hechos a la medida para novelistas. No sirven para
nada. A mí me sirve Pages de Mac OS X porque es muy simple. Google Docs es
ideal para cuentos cortos; para relatos de más de 100 cuartillas, dificulta la
navegación entre páginas porque hay que ir página por página para hallar algo
que se escribió uno o dos meses antes.
Ahora, el método de capitulación interna. Es mucho más
simple de lo que suena: se trata de cualquier artilugio que permita hacer
pausas en el flujo de escritura. Funciona porque proporciona ritmo, un vaivén,
da la sensación de movimiento, de picos y valles, de subidas y bajadas.
Ejemplos: un cigarro, una chaqueta, una canción, algo en la tele, un libro. Se
trata de una pausa ex profeso, un alto
voluntario e intencional.
Un cigarro adentro de la página perpetua el momento de
escritura. No lo condeno, simplemente no sirve para este propósito porque le
da continuum al vuelo. Un cigarro afuera de la
página, salir, voltearse, mirar hacia adentro, mirar lo que hay en la calle, y
fumar, fumar, fumar, ayuda a romper el ritmo pero de una manera educada. Volver
a la página es simple siempre y cuando esa fumareda no se convierta en una peda
y la pausa no dure demasiado. La masturbación sirve el mismo propósito; parar y
jugar videojuegos treinta minutos, práctica que he hecho en sesiones de más de
doce horas de escrituras, revitalizan el ritmo del escritor. Leer tiene el
mismo efecto. Poner una película. Cambiar la canción. Muchos escritores
escriben con música, y la razón es simple: provee ritmo. Nada más que eso.
Olviden el “sabor emocional” de una canción en un capítulo, es más un asunto de
ritmo. Yo suelo escuchar 20 o 25 o 30 veces la misma canción. Y luego la
cambio. He ahí mi corte. Mi cue. Tiempo de
cambiar el ritmo. Escribir es como bailar. Aunque yo quisiera bailar tan bien
como escribo. :P
Finalmente, tiempo para concentrarse. El ejercicio de
escribir puede ser agotador. Para mí, una sesión de escritura solo puede valer
la pena si dura al menos 8 horas. Para concentrarse necesitas el tiempo. La
soledad. Difícilmente podrás escribir algo si tienes la casa llena de gente
interrumpiendo e irrumpiendo con ruido, ruido que no es
el tuyo. Socialmente, esta es la parte más complicada de ser
escritor. Nadie en su sano juicio va a entender por qué quieres estar solo
frente a una página de papel en blanco que vas llenando poco a poco con letras.
Con mundos imaginarios. Con gente que no existe. Y si no lo haces
constantemente, diligentemente, se te va a escapar. Tienes que estar ahí, de
preferencia a diario, en ese mundo. Ahí, ahí. Tienes que estar ahí. Existe el
anhelo oculto de que existiera una fórmula menos dolorosa, que una novela
surgiera rápidamente, como meter palomitas de maíz industriales en el horno de
microondas. Pero no es así. Escribir es naturalmente lento porque hay que
describir personajes, lugares y situaciones. Todo es mental. Y porque hacerlo
con las manos cuesta trabajo. Y es pachorrudo. Esa es la verdad. Esa es la
naturaleza del oficio. Si has decidido escribir es porque la energía de crear
esos mundos imaginarios es más fuerte que tú. Esa es la verdad. Esa es la
belleza de todo esto. Pero es un mundo solitario. No me puedo imaginar escribir
acompañado. Escribir es un acto de soledad. De ver el mundo interior y ver el
mundo exterior, es “juego, trabajo, actividad ascética. Confesión. Experiencia
innata”, parafraseando a Paz. “Enseñanza, moral, ejemplo, revelación, danza,
diálogo, monólogo.”