viernes, 19 de abril de 2013
Una despedida
Nuestro
límite siempre fue el cielo, tal vez ese fue el problema, mi problema, no haber
podido abrirlo para decirte cuánto te quería. Me siento a escribir, a repasar,
sobre todo a repasar cada uno de los días que nos vimos a los ojos. También
repaso las pocas veces que recorrí tu cuerpo como si me perteneciera. Y sonrío.
Nos despedimos una vez, dos veces, tres veces sin hacer caso a la victoria de
la tercera. Y pasó. Nos marchamos. Después lloré porque no hay manera más bonita
de limpiar el alma que el llanto por amor. No tuve que perderte para darme
cuenta de cuánto te quise, de cuánto te quiero, yo lo supe desde el principio.
También, que te irías primero. Y no me importó. Porque esa intuición rugiendo
en mis adentros me rompía las alas que me costó tanto tiempo reparar. Y seguí.
¿Recuerdas la noche que nos despedimos? Había mucho ruido en el bar y también
adentro de nosotros, pero nos manteníamos en silencio como si ya nos hubiéramos
dicho todo. Mentíamos para parecer soportables. Y pudimos porque yo no quería
irme. Tú tampoco. ¿Recuerdas el tamaño de mi silencio? No hablé por miedo a que
se me cayera la lengua; mi corazón estaba ya seco y debía cuidar al menos lo
que me quedaba, porque ni roto en pedazos dejaría de quererte un poquito de
todo lo que, tristemente, ya te quiero. Y me odio. ¿Recuerdas mi mano en tu
pecho, en tu capital, en tu centro? Buscaba amarte tan fuerte que te rompieras,
gritarte tan resuelta que te quedaras sorda, pintarte el mundo de rosa, que te
quedaras. Y fue insuficiente. Siempre tuviste razón cuando decías que las
noches eran naranjas, que las flores se agradecían regalando más flores, que el
mundo no es tan malo, que el sonido de dos copas cuando se juntan es de los más
memorables, que una mujer tocando saxofón es buena idea, que el vodka con limón
es otra buena idea. Siempre tuviste razón cuando decías que los besos son el
preludio de la locura. Y siempre te creí. Entonces me despido leyéndome en voz
alta y esperando que te reencuentres conmigo. Tal vez para ese entonces
descubras que nunca te fuiste. Y yo sí.