Nadie nos dijo desde la adolescencia que la vida en pareja iba a requerir de mucho trabajo personal, de poner a prueba nuestra tolerancia, paciencia y que exige conocernos a nosotros mismos; aceptar nuestros demonios para adaptarnos a los del otro. Pero sobre todo que el ingrediente principal para lograrlo es estar enamorado: fuera de esa combustión interna, todo el proceso se hace complejo. No se trata de llegar al matrimonio o a la unión libre con miedos y reservas pero sí con consciencia de que necesitaremos dar mucho de nosotros; cambiar patrones e inventar nuevos.
La vida en pareja no es
‘enchílame esta queca’ ni siquiera en el noviazgo donde cada quien agarra sus
triques y se puede ir a dormir a su casa y olvidarse del conflicto hasta la
siguiente llamada telefónica. Entonces, claro, se hace costumbre que el amor
sea un guerra continua. Quizás heredado desde el punto de vista que los padres
les dieron sobre lo que era la unión de dos personas pero hoy por hoy la gran
mayoría ya se acostumbró a que es normal que las cosas se salgan de control,
que en una pelea se insulten, salgan lastimados y vivan acechando el estado de
humor del otro para encontrarse en una explosión irremediable: cuando lo que
quedaba de paciencia se acabó. Del respeto ya no quedan ni migajas.
Mi papá decía (cuando me
vio dentro de algún noviazgo de gritos y sombrerazos, aventones de auto,
llantos de horas y llamadas telefónicas con su respectiva colgada) ‘Cuando el
respeto ya se acabó entre dos personas, ya no hay nada por lo cual luchar’.
Pero yo no le hacía caso hasta que las cosas terminaban con situaciones dignas
de la nota roja. Y era muy cierto. El respeto es frágil; es fácil soltar
majaderías, utilizar la información que sólo tú tienes de tu pareja para
lastimarla o enumerar sus defectos con desprecio. Y una vez que se cruzó esa
línea ya no vuelves atrás. El respeto ya no lo puedes pegar ni con
crazy-kolaloka, ya no lo puedes limpiar, se fue, it’s gone for ever and never.
Cuando ya estás casado y
hay hijos de por medio no es tán fácil decir ‘¡A la goma!’ y agarrar tus tres
calzones e irte. Lo sé. Pero tampoco es válido quedarte ahí a sacarte los mocos
mientras ves cómo lo que quedaba de tu autoestima se va en brazos de la
Malinche (por no decir rumbo a la chingada). Si desde el noviazgo las cosas ya
estaban fermentándose, en el matrimonio llegarán a estados de putrefacción. Por
eso no anden entregando y recibiendo anillos sólo porque el incauto pagó una
cena en el Four Season y metió la sortija en una creme bruléé de 100 dólares.
Hay soluciones. Es de
sabios pedir ayuda. No sé porqué la gente le tiene tanto miedo a la terapia; no
sé, sienten que están a dos de que les pongan la camisa de fuerza cuando en
teoría, todos necesitamos de una opinión profesional, una especie de sensei
cuando aceptamos que algo no lo estamos resolviendo solos. De verdad, si
realmente (y tras un análisis profundo) deciden que quieren estar juntos por
ustedes, los hijos, etc. de verdad tomen acuerdos y acérquense a una persona
que sólo los ayudará desde un punto de vista objetivo a asumir
responsabilidades y atraer soluciones activas y prontas.
Quedarse viviendo así es
lo más simple; sintiendo tristeza, frustración, sueños que se cargó la bruja, hartazgo.
Hay que comenzar por sanarse uno mismo y a aceptar. Si no, entonces ¿qué caso
tiene ocupar un sitio en una sociedad, colaborar al maldito PIB y comprar y
comparar babosadas para comérselas, colgárselas y adornar nuestro casi jodido
entorno?
El respeto no llega solo
ni surge por simbiosis con la pareja: se gana y se germina. Y comienza en uno
mismo. Saberse atacado en el respeto, otorgar ‘licencias’ a la pareja tras
haberte insultado o hasta dado desde unos empujones o ‘golpecillos’,
pretextando que ‘tú lo provocaste’, ‘estaba muy enojad@’, ‘ha estado bajo mucho
estrés’, y demás, pareciera un mitigante pero algo sabio dentro de ti lo tiene
claro: No te respetas un gramo, ¿cómo esperar que tu pareja lo haga?
Terminar hecho pedazos no
es parte del itinerario ni del repertorio. Nadie, ni nada, ni el miedo más
profundo merece que anules el valor, la valía intrínseca a tu existencia.
Entregar lo que queda de ti para que lo usen de trapeador es equivalente a
hacerte invisible. No esperen a que sus relaciones lleguen a estados de
putrefacción, ¿hay alarmas de estar en vías de descomposición? Actúen.
Y que quede claro que el
respeto no sólo está en las palabras. La falta de éste no sólo implica insultos
o críticas hirientes. La ambivalencia, el estar y no estar, el dar con gotero
el amor, la atención, el compromiso también es falta de respeto. El chantaje lo
es y un clásico. El secuestro de la paz mental y emocional, también. Ojo, no se
vayan por el cliché de la falta de respeto. Hay miles de formas de pisotear
uno. ¿Qué faltas de respeto se están permitiendo o están ejecutando?
Elsy