No sé cómo aprendí a leer;
sólo recuerdo mis primeras lecturas y el efecto que me causaron: esto sucedió
en la época en que puedo recordar sin interrupción la conciencia de mi yo. Mi
madre había dejado algunas novelas. Mi padre y yo comenzamos a leerlas después
de la cena, al principio sólo con la idea de usar algunos libros divertidos
para que yo practicara la lectura. Pero pronto sentimos un interés tan fuerte
que leíamos en voz alta sin interrupción, alternándonos durante toda la noche.
Nunca podíamos detenernos antes de llegar al final del volumen. A veces mi
padre, al escuchar a las golondrinas que despertaban con la llegada del alba,
me decía con rubor: “Vámonos a la cama; soy más niño que tú”.
Juan Jacobo Rousseau