Trabajar es un castigo. De alguna manera entre la caza y la recolección y nuestros actuales empleos pasaron 21 siglos de almas en pena. Llámense arquitectos, contadores, periodistas o publicistas... Todos nos asumimos expulsados del paraíso al momento de checar tarjeta o llenar hojas de tiempo. La cola en el banco, la ira del jefe divorciàndose, las jetas de los oficinistas que van tarde agarràndose del tubo del metro, el tràfico en perifèrico: imàgenes del infierno contemporaneo. Los organigramas en las chambas también tienen arquitectura abismal.
Dije el otro día que trabajar es tan de la chingada que hasta tengo ganas de comprarme ropa nueva y un iPhone y un caramel mocca.
Ya de mañana en ocho es quincena