Si todas las reglas de la
lógica y la moral fueron establecidas mediante un decreto arbitrario de la
voluntad divina y no contienen una verdad intrínseca, no hay razón para creer
que Dios está limitado por sus propias reglas. En otras palabras, su bondad y
su sabiduría no tienen porque asemejarse a lo que nosotros consideramos bondad
y sabiduría en nuestro mundo tal y como él lo construyó.