Llevas rodando sobre tu propio eje en la
cama durante lo que parece una eternidad. Una y otra vez. Has dado alrededor de
milquinientasochentaycuatro vueltas y ya es justo aceptar lo que era oficial
desde la veinteava: no puedes dormir. Te incorporas un poco y decides mirar un
rato entre la oscuridad para buscar en ella nuevas formas que has encontrado ya un millón de
veces antes por culpa de otro millón de veces sin poder dormir. Aparecen los
mismos ojos, las mismas formas y las mismas preguntas. Aparecen los aromas, las
voces y las canciones olvidadas. Aparece lo que muchos conocen como olvido.
Aparece tu intolerancia.
Repasas cada uno de los recuerdos que te
atacan y sientes, poco a poco, que algo presiona tu cerebro como si quisiera
exprimirlo con la intención de provocar un colapso. No sabes si es resultado de
una ansiedad generalizada o si se trata de un pisotón proveniente de aquel dios
en quien no crees. Quién sabe, pero igual te persignas.
Lees, revisas todo lo que se puede
revisar en internet, comes algo, tomas agua, ves televisión, escribes (o
tratas)… Intentas todo, pero terminas jalándotela como si no hubiera mañana.
Parece funcionar. Sientes que por fin te llega el sueño y vuelves a tu cama con
aire victorioso. Te acomodas tras una segunda vuelta sobre tu propio eje,
bostezas, sonríes y… de la nada, vuelve a llorar el chingado bebé de la puta de
tu vecina.Quealguientemastiqueungüevoporfavor.