“...comprendo los reproches de Tamina. Cuando murió mi padre yo
también me los hice. No podía perdonarme haberle preguntado tan poco, saber tan
poco de él, haberlo dejado pasar de largo. Y aquellos reproches me hicieron
comprender lo que probablemente me quería decir junto a la partitura de la
sonata op. 111… La sinfonía es una epopeya musical. Podríamos decir que se
parece a un camino que recorre el infinito externo del mundo, que va de una cosa
a otra, cada vez más lejos. Las variaciones también son un camino. Pero ese
camino no recorre el infinito externo. Como la frase de Pascal acerca de que el
hombre vive entre el abismo de lo infinitamente grande y el abismo de lo
infinitamente pequeño. El camino de las variaciones conduce a ese otro infinito, a la infinita diversidad
interna que se oculta en cada cosa.
Beethoven
descubrió así en las variaciones un espacio distinto y una distinta dirección
del movimiento. Sus variaciones son este sentido una nueva invitación al
viaje.
La forma de
la variación es una forma de concentración máxima y permite al compositor hablar
sólo de la cosa en sí, ir directamente al núcleo de la cuestión. El objeto de la
variación con frecuencia no tiene más que dieciséis compases, Beethoven va hacia
dentro de esos dieciséis compases como si penetrase por una sima hacia el centro
de la tierra.
El camino de
ese infinito no es menos azaroso que el camino de la epopeya. Así desciende el
físico al átomo. Con cada variación se aleja más y más del tema original, que no
se parece más a la última variación que una flor a su imagen bajo el
microscopio.
El hombre
sabe que no puede abarcar el universo con su sol y sus estrellas. Lo que le
parece mucho más insoportable es estar condenado a dejar pasar de largo también
al otro infinito, al cercano, al que esta al alcance de la mano. Tamina dejó
pasar al infinito de su amor, yo dejé pasar a papá y cada uno deja pasar a su
propia obra porque en busca de la perfección hay que ir hacia dentro de las
cosas y nunca se llega hasta el final.
El que se
nos haya escapado el infinito exterior lo tomamos como un sino natural. Pero el
haber dejado escapar al otro infinito lo consideramos hasta la muerte como culpa
nuestra. Pensábamos en el infinito de las estrellas y no nos ocupábamos del
infinito papá.
Que no hay
nada más insoportable que dejar pasar de largo al hombre que hemos amado, a esos
dieciséis compases y al universo interno de sus
posibilidades...”
El libro de
la risa y el olvido
M.
K.