lunes, 6 de agosto de 2012

Una carta de alguien a quien haya lastimado


“...comprendo los reproches de Tamina. Cuando murió mi padre yo también me los hice. No podía perdonarme haberle preguntado tan poco, saber tan poco de él, haberlo dejado pasar de largo. Y aquellos reproches me hicieron comprender lo que probablemente me quería decir junto a la partitura de la sonata op. 111… La sinfonía es una epopeya musical. Podríamos decir que se parece a un camino que recorre el infinito externo del mundo, que va de una cosa a otra, cada vez más lejos. Las variaciones también son un camino. Pero ese camino no recorre el infinito externo. Como la frase de Pascal acerca de que el hombre vive entre el abismo de lo infinitamente grande y el abismo de lo infinitamente pequeño. El camino de las variaciones conduce a ese otro infinito, a la infinita diversidad interna que se oculta en cada cosa.

Beethoven descubrió así en las variaciones un espacio distinto y una distinta dirección del movimiento. Sus variaciones son este sentido una nueva invitación al viaje.

La forma de la variación es una forma de concentración máxima y permite al compositor hablar sólo de la cosa en sí, ir directamente al núcleo de la cuestión. El objeto de la variación con frecuencia no tiene más que dieciséis compases, Beethoven va hacia dentro de esos dieciséis compases como si penetrase por una sima hacia el centro de la tierra.

El camino de ese infinito no es menos azaroso que el camino de la epopeya. Así desciende el físico al átomo. Con cada variación se aleja más y más del tema original, que no se parece más a la última variación que una flor a su imagen bajo el microscopio.

El hombre sabe que no puede abarcar el universo con su sol y sus estrellas. Lo que le parece mucho más insoportable es estar condenado a dejar pasar de largo también al otro infinito, al cercano, al que esta al alcance de la mano. Tamina dejó pasar al infinito de su amor, yo dejé pasar a papá y cada uno deja pasar a su propia obra porque en busca de la perfección hay que ir hacia dentro de las cosas y nunca se llega hasta el final.

El que se nos haya escapado el infinito exterior lo tomamos como un sino natural. Pero el haber dejado escapar al otro infinito lo consideramos hasta la muerte como culpa nuestra. Pensábamos en el infinito de las estrellas y no nos ocupábamos del infinito papá.
Que no hay nada más insoportable que dejar pasar de largo al hombre que hemos amado, a esos dieciséis compases y al universo interno de sus posibilidades...”

El libro de la risa y el olvido
M. K.