Dejemos a Dios-y todas esas grandes
ideas progresistas-a un lado. Empecemos con el hombre; seamos amables y atentos
con el hombre individual, sea un obispo, un campesino, un magnate de la
industria, un prisionero en las islas Sajalin o el camarero de un restaurante.
Empecemos con respeto, compasión y amor por el individuo o no llegaremos a
ninguna parte.