lunes, 31 de octubre de 2016

Escorpiones en el corazón

Me recuesto boca arriba y espero a que llegue. La escucho entrar, conozco el taconeo. Conozco sus ruidos. Todos. Cómo se enoja, cómo mastica, cómo gime, cómo canta, cómo sopla, cómo finge cualquier cosa. Llega a mí, me muerde la boca y luego se va corriendo al baño. Mea y me coquetea desde el excusado. Ahí, con los calzones a media pantorrilla, me guiña un ojo. Siento peces nadarme desde el estómago hasta las entrañas.
Te extrañé, dice y se recuesta a un ladito mío. Comienza a acariciarme. Perdón por no estar rasurada, le digo sin sentir vergüenza. Sonríe y va directo a los pantalones. Los baja, me juguetea con la lengua, me recorre, se hunde. Tenemos sexo, un montón. Y nos metemos debajo de las sábanas porque el frío es miedo y tenemos, también, un montón.
Huelo su nuca un buen rato. Estoy meciéndome en su cabello. Ahí, viéndole las estrellas. ¿Nos bañamos? Pregunta. Te alcanzo, le digo. Se levanta, se contonea y se le erizan los pezones. Está helado, dice y se va a la regadera. Me quedo ahí. Voooy, le grito y desbloqueo su celular. Busco. Busco. Encuentro. ¿Cuándo vuelvo a verte?, dice el último de los mensajes de una conversación.
Histeria, olfato, instinto. Soy tres. Mujer. Loba. Bruja. Volverán a verse, pienso. Se gustan, se cuentan cosas, bobadas: ten esta canción; toma este poema; cuando niña tuve un pato; ¡yo un becerro!; foto por la mañana; foto por la noche; ten esta otra canción; ten este otro poema. Te ansío, le escribe la otra ella a la mía. ¿Cuándo vuelvo a verte?, pregunta mi ella.
Siento escorpiones salirme del corazón. Me recuesto boca arriba. Ojalá se abriera el techo y una aspiradora gigante viniera a chuparme todo el veneno. Te esperé, dice al aparecer mientras se acomoda la toalla en la cabeza. Yo también, contesto. Hablemos, no te vistas; si elegimos con amor dejaremos de tiritar. Incluso si decidimos no quedarnos.