viernes, 29 de mayo de 2020

Regresando


Ya está terminando la parte de la cuarentena y no se identifica que estemos saliendo del problema. Sin embargo, los intereses económicos exigen que las cosas regresen a la normalidad, es decir, trabajar en un empleo de mierda para tener dinero y así comprar cosas que no son necesarias.

Error


lunes, 25 de mayo de 2020

Enchufe



Fragmento

Acumulo ya varios insomnios, siempre encadenados a su correspondiente día llevadero en el que desayuno mal, como bien y ceno pésimo. Leo, medito, veo pelis, me doy un fumón; pero siempre con la patina de la incertidumbre y el hartazgo. Material de inspiración, el canal de noticias está encendido en casa tácitamente, son como la licuadora o el reloj despertador o el derecho a la concupiscencia a deshoras de mis vecinos. “En Hermosillo ha tenido reciente apogeo una forma inconsciente de diversión. Le llaman Semáforo Ruso. Y, como su nombre lo indica, consiste en pasarse un alto a toda velocidad. Poniendo en riesgo no solo la vida propia, sino la de gente inocente”.
Estoy trabajando el doble y de nueve a nueve. Videollamadas, juntas, regaños, peloteos, presentar ideas. El encierro me tiene amarrado de manos en la recaudación de material que se vuelva viral. Viral como el virus que nos tiene hacinados. Hace un par de años estaba de moda eso de soltar el volante y bajarte del auto para bailar en la calle con el coche en movimiento. La gente comenzó a replicar esta propuesta que naturalmente y por fuerza, tenía que acontecer oyendo y bailando una canción y una coreografía en específico. Un cantante de norteño pagó millones por poner esta dinámica suicida de moda. ¿Semáforo ruso? Ya ni siquiera es gracioso que la gente muera por llana estupidez. Supongo que hay una marca de autos que quiere vender en Sonora un sistema de seguridad nuevo.
No estaba en mis planes necesitar de un clan de cervezas a las dos de la madrugada en martes, pero en ese momento dije en voz alta: voy por un six.
Camino de madrugada rumbo a la esquina en tiempos de pandemia. A mitad del trayecto está una tortería. El puesto ahora sólo es un recuadro de lámina bastante raspada y con el dibujo anatómicamente improbable de una torta cubana con maracas. No han abierto en un mes. Suena ruido proveniente del interior del local. El corazón del negocio es una radio que apenas si transmite un sonido empanizado. La conclusión me llega de golpe.
Hay gente viviendo allá adentro. Hay una persona en cuarentena adentro de las Tortas Unicornio. Ahí adentro se embriaga y se masturba o tiene sexo, se cocina, padece pesadillas y aburre un individuo. ¡Lo ubico! Un señor con el ombligo volteado hacia afuera, bajo de estatura, panzón, le va al Atlante, su bigote es de esos necios que mantienen la tosquedad del siglo pasado. Me detengo. La radio encima dos estaciones disímiles: algo que parece un noticiero y un bolero lánguido. ¡Aparece una rata! Enorme, peluda, larga como misa de ocho. Naturalmente me espanto. Exclamo un grito poco viril aunque a los cinco segundos ya estoy sereno.
Veo al roedor zigzagear la banqueta con diligencia y enfermedad o hechizo. Cuando está por alcanzar las fauces del alcantarillado sale de la nada un automóvil a toda velocidad y la estela del sonido que genera. De un segundo a otro ya no hay rata. Solo un fiambre cerdoso sobre Río Lerma, una candileja de sangre, un piecito que se mueve milimétricamente. Miro el semáforo. En rojo. Semáforo ruso. De no haberme detenido a pensar en la tortería y su inquilino, quizá yo sería ese despojo neutralizado en el asfalto.
Vengo abrazando una caja de doce cervezas, la elegí y pagué de forma más que mecánica. Apenas entre a casa notaré que compré estúpida y estorbosa cerveza sin alcohol.
Pero, aun abajo, los edificios inteligentes a la distancia me alelan. Tienen las luces de todos sus pisos encendidas a pesar de que en aquellos cubículos no ha trabajado nadie en un mes.
Ustedes creen que están de pie, pero en realidad ya están de rodillas-. Digo en voz alta. Hablando con aquel conjunto de edificios inteligentes.
De inmediato siento que traiciono a todos los objetos inanimados con los que dialogué los últimos días en el departamento. Cuando regañé a una fila de libros por inclinarse, cuando amenacé de muerte a una cuchara, cuando le falté al respeto a una botella de plástico o le leí el futuro a una moneda de cinco. Y me siento estúpido. Como si el acto irracional de hablar con algo inanimado fuera exclusivo del encierro doméstico. Como si uno sólo pudiera hablar con cosas minúsculas y no con una hermosa y enorme construcción humana. La caja de cervezas me pesa.
De la tortería ahora suena, en medio del silencio, una canción para perrear hasta abajo. Me formo justo detrás del ritmo y acabo meneando los hombros. Ignoro a la luna que esa noche está vestida como si fuera a dar el anillo.
Me dan ganas de escupirle a un charco de grasa, atinarle justo al centro para modificar todo su colorido reflejo fluorescente. Carajo. Acabaremos extrañando cosas inéditas. Que un perro a la distancia le ladre a alguien que está aun más lejos, que un niño mugroso me venda un mazapán, que me ande del baño y conforme me vaya aproximando al hogar la caca se asome más y más con lujo de piel chinita, que un avión parta el cielo en dos crenchas desiguales. ¡Un puto avión que vaya a otro continente! Un avión que lleve a señoritas de belleza a un certamen aquí cerca, o mejor aun: que se dirija a Lesbia.
Estoy desvariando. El aeropuerto sigue funcionando, pero yo juro que hace meses no pasan los aviones por el cielo. Me siento solo y extraño a Margarita, no son la misma cosa. Habito un paréntesis que yo no abrí. Pero los planes de toda la especie humana se han venido abajo, pensar que esto solo le está afectando a uno, es bobo y necio. Me acuerdo de la historia del hombre que está en el Sahara, angustiado porque no tiene arena para su reloj de arena. Llegando a casa veré una película.
En mi edificio sólo está encendido mi departamento. Dos ventanas proyectando golosina para los insectos del árbol, una franja de luz -a dos segmentos- tan inocua como esquinada. Sala y recámara. Todo alrededor es la oscuridad de los que duermen, esa bola de peligrosos extranjeros. Dejé prendida la luz. Existo. Hay un dios dormido en mi interior. Siento algo hermoso en contraste con la otra cuadrícula, la de los incontables focos encendidos a lo largo de treinta y tantos pisos. Que cada quien reine su mole de soledad vista desde abajo.
Volveremos a las calles, le digo a la caja de cervezas inermes mientras me la re acomodo buscando las llaves en mis bolsas del pijama. Volveremos a ser el estorbo de los demás. Y correremos cuadras enteras porque ya no nos aguantamos las ganas de cagar y arrojaremos gargajos en la banqueta y le diremos a un niño que no, que no queremos comprar uno de sus dulces.

viernes, 22 de mayo de 2020

Mauricio Verdalet


No puedo decir que en la prepa hice grandes amigos, aunque yo si los considero así, y no lo puedo decir porque no le hablo actualmente a ninguno. Todos los fui perdiendo con el tiempo y todos se dedicaron a cosas distintas. Uno de ellos fue Mauricio Verdalet que fue gran amigo y en verdad vivimos muchas cosas juntos. Él quería ser médico, ya desde los 15 años estaba de voluntario en la Cruz Roja, lamentablemente el pase automático le negó su sueño y decidieron darle Veterinaria, las risas y burlas de su situación nos duraron horas.

Al final no supe que terminó haciendo, espero que lo que él anhelaba. Espero que esté bien y que sea feliz.

Este post está dedicado a él, porque antier soñé con él. Volvía a verlo y tal cual lo fui a visitar a su casa. No había cambiado mucho pero su esencia de buena persona estaba intacta. Cuando desperté agradecí por el sueño, me hizo el día. Agradecí poder recordarlo y saber que en subconciente, no importa los mas de 20 años que no lo he visto, él y muchas personas más siguen en mi corazón.

viernes, 15 de mayo de 2020

A 15 días


Según las autoridades estamos 15 días de salir del problema del coronavirus, sin embargo yo lo veo muy poco viable. No sé, pero hoy no veo posibilidades de que lo que dicen sea posible.

lunes, 11 de mayo de 2020

Enchufe



El miedo como rutina

Despiertas temprano. A la misma hora que cuando todo era normal, incluso antes de que suene tu despertador. No tiene caso despertarte tan temprano, piensas, pero igual lo haces. Total, ni has podido dormir bien.

Después de varios minutos viendo el techo, por fin te levantas. Sin ganas, pero te levantas. Vas al baño, te lavas las manos, después los dientes y por último te miras al espejo con la sospecha de que será otro día de esos.
Te cambias el short de dormir por el short de hacer ejercicio, inicias la app con la que intentas ponerte en forma durante el encierro, según tú, y al quinto burpee, ya con ganas de vomitar y la vista nublada, te cuestionas por qué te empeñas en torturarte de esa manera. Aun así, terminas la serie, te lavas las manos y procedes a prepararte el desayuno.
Tratas de desayunar lo más saludable posible, incluidos aquellos vegetales y frutas que nunca te llamaron la atención. Y mientras lavas los trastes, vuelves a cuestionarte si tiene sentido estar despierto. En fin, terminas y te lavas las manos.
Te metes a bañar y en los segundos que esperas a que se caliente el agua, regresa el pensamiento de qué caso tiene bañarte si no estás saliendo ni vas a ver a nadie. No importa, igual te bañas como cuando todo era normal (bueno, quizá te tardas un poco más).
Mientras eliges tu ropa, tratas de buscar el short y la playera que todavía aguanten otra puesta. Al fin que no tienes pensado salir. Pero todo ya huele mal, así que te toca meter la ropa a lavar y vestirte como cuando todo era normal. Como para qué, te preguntas, si nadie te va a oler pronto, pero igual pones el ciclo en la lavadora y después te lavas las manos.
Después de tu rutina mañanera, te pones a trabajar. Abres tu computadora y comienzas a revisar tus pendientes del día. Los organizas por prioridad aunque a estas alturas nada te parece más prioritario que no contagiarte.
Tienes unos cuantos deadlines cercanos y pocas ganas de cumplirlos. Te preguntas si de verdad pasaría algo si te retrasas, pero prefieres no descubrirlo y seguir siendo puntual con la entrega. Total, no es como que tengas algo mejor que hacer así que igual te pones a trabajar.
Llega un punto del día en que el estrés te invade y piensas en mandar todo al carajo. Sobre todo porque no es un estrés por tanto trabajo; es un estrés por no poderte concentrar como quisieras. Y es que como para qué quieres empleo en el fin del mundo, te preguntas. Sin tener claro el porqué, terminas apreciando tenerlo, así que te relajas viendo memes y sigues con lo tuyo. Qué linda te ves distrayéndote, Esperancita.
No llevas la cuenta, pero entre las pausas para ir por agua, orinar y etcétera ya te has lavado las manos como diez veces. Contando en cada una los 20 segundos rigurosos. En un inicio cantabas intros de canciones para hacerlo más ameno, pero terminó convirtiéndose en una rutina aburrida que ya haces sin pensar.
Para cuando es hora de comer, vuelves a tu intento de aprender a cocinar. Sigues al pie de la letra los pasos de la receta que encontraste, pero el resultado es horrible. Si vomitaras en un plato y lo calentaras a fuego lento, quizá tendrías una mejor sopa que la que acabas de preparar. Aunque quisieras dejarlo así, algo te hace intentarlo de nuevo hasta obtener un sazón decente. La receta de 15 minutos te tomó casi 60, pero qué más da; pareciera que el fin del mundo se trata de hacer las cosas bien.
Al terminar de comer, una de las peores partes de tu día: lavar los trastes y limpiar la zona de guerra en que se convirtió tu cocina. Eso sin contar las quinientas ochenta heridas (entre quemaduras y cortaduras) que ya tienes en las manos. En realidad, ni es tanto desorden ni son tantas heridas, pero odias tanto limpiar que exageras el desastre.
Por un momento piensas en no lavar nada; total, no es como que vayas a recibir visitas. Pero algo te impide dejar el desorden ahí, así que te pones a limpiar y lavar sintiendo todo el ardor del jabón en las heridas.
Se te ocurre no regresar a trabajar y mejor prendes tu animal crossing. Nadie se va a dar cuenta, te justificas. Pero sin entender bien por qué, a los cinco minutos de estar jugando, te llenas de incomodidad, apagas el switch y vuelves al trabajo. No sin antes lavarte las manos. 20 segundos más de contemplar la nada… y de sentir el ardor del jabón en tus cortaduras.
Terminas tus pendientes. O bueno, la mayoría. Ahora sí: a jugar. O no, mejor retomas ese curso que compraste hace meses y para el que hoy por fin tienes tiempo.
Chale, está más de hueva de lo que pensabas. Con razón lo dejaste.
Podrías rendirte ahí, pero decides buscar y empezar otro más interesante. De nuevo, no tienes idea de por qué lo estás haciendo ni de dónde sale tu motivación, pero lo haces.
Luego de una hora o dos de aprendizaje, recuerdas que te hace falta resurtir la despensa. Qué hueva, ¿y si mejor mañana pides comida a domicilio?, piensas. Sí, vas a pedir a domicilio. O mejor no. Esto se trata de comer lo más saludable posible y eso solo se puede si te preparas tu propia comida. Para este punto ya te estás cayendo un poco mal, pero igual te pones tu traje de protección contra armas biológicas improvisado antes de salir al súper.
En el súper, aguantando la respiración cuando pasas cerca de alguien, echándote gel antibacterial cada 5 segundos y luchando contra la comezón que te causa el cubre bocas, logras por fin hacer todas tus compras en un tiempo récord. No sabes por qué, pero compraste pura comida saludable, incluidas esas verduras que no tienes ni idea de cómo se preparan. De hecho, creo que ni te gustan.
Llegas a casa y en lugar de tirarte en el sillón como acostumbras, te quitas la ropa expuesta al fin del mundo, te lavas las manos y (en calzones) comienzas a lavar y desinfectar todo antes de guardarlo en la alacena o meterlo al refrigerador. En este proceso te tardas mucho más de lo que te tardaste en ir y regresar del súper. Te lavaste las manos por lo menos ocho veces y desinfectaste hasta la suela de los zapatos que traías puestos. Qué persona más ridícula.
Aunque meterte a bañar otra vez te parece una exageración, no te importa y lo haces de nuevo. No vaya a ser. Además, el tiempo te sobra este fin del mundo.
Cae la noche y no tienes muy claro qué hiciste en todo el día, además de lavarte las manos alrededor de cincuenta veces. Da igual, todavía tienes un par de horas y decides aprovecharlas para restablecer contacto con esas personas que la falta de tiempo había distanciado.
De qué tanto platican, quién sabe, pero ya se te hizo tarde para dormir.
Con al menos siete mezcales encima y unas seis lavadas de manos más, pones fin a la llamada porque mañana tienes que trabajar. Te pones el short de dormir, y mientras te lavas los dientes, vuelves a preguntarte qué caso tiene dormir temprano si no estás yendo a la oficina. Bueno, dormir es un decir.
En fin, te lavas las manos una última vez y te acuestas sin respuestas. Y entonces tu mente empieza a cobrarte todas las distracciones que usaste durante el día para evitar pensar en lo que todo mundo está pensando.
No es que hagas las cosas sin saber por qué; las haces porque quieres ignorar la única razón que tienes para hacerlas: el miedo. Y por más que tratas de encontrarle un sentido a todo esto y ver si así se va, el miedo sigue ahí, como esperando a que cometas un error para entonces justificar su existencia.
Sin embargo, hay algo con lo que no cuentas: ese miedo nace de las ganas que tienes de no morirte.
Tal vez no lo sabes, pero en el fondo estás lleno de esperanza.

viernes, 8 de mayo de 2020

Mi libro


Cerrando ciclos


Gracias a la pandemia puedo ver a la gente que en verdad está interesada en mi. Yo sigo escribiendo y molestando como ha sido mi constante durante toda mi vida. Y aunque no espero que me contesten todo lo que pongo, sí esperaría algún mensaje después de 2 meses de encierro, de una llamada ya mejor ni hablamos.

Y es que ese es mi punto principal, sí antes el argumento es "no tengo tiempo, tengo mucho trabajo" con la cuarentena todos esos argumentos se caen. Hoy con todo el tiempo del mundo si la gente no llama y no tiene 30 segundos para mandar un mensaje entonces es evidente que no quiere saber nada de ti.

Por lo mismo, ya estoy limpiando mi vida de todas esas personas que ya no las quiero en mi vida.

Elegancia


sábado, 2 de mayo de 2020

Miedo


Conforme pasan los días la gente se pone más histérica. No hace caso, recurre a la violencia. Vienen días más difíciles pero no por el virus, sino por la actitud de la gente. Eso es la verdadera pandemia.