lunes, 27 de octubre de 2014

ÁngelC

Entro de puntitas a la habitación, entro calladito. Tú dormías boca abajo mientras yo esperaba que me perdonaras porque no pude amarte, por todo lo que dije e inventé para que te enamoraras de mí de frente, de costado y a mis espaldas, porque no te quise de manera urgente, febril, animalesca, como tú querías, como el loco de la película que vimos un día y que hacía todo por amor. Quería agitarte y tenderte ahora boca arriba para que me vieras y luego me dijeras —aunque triste— que sí, que asintieras —aunque herida—, que me redimieras —aunque todo—. Perdóname, mi amor, ¿me perdonas? porque mis manos fueron el paracaídas que no pudo abrir, porque lo mío no fue un amor abrasador, ni un amor urgente y mientras yo todavía esperaba que me perdonaras, despertaste:

¿Qué pasa, otra vez sin dormir?

Rilke escribió en sus elegías que todo ángel es terrible, y yo, mi amor, ni ángel soy.