lunes, 24 de abril de 2017

A cada quién le llega su hora

Estoy en el bar, en un resort. La música suena por un lado y  las conversaciones alborotadas también. Mi esposo está en su laptop enviando un reporte que tiene que entregar. Mientras miro a la gente, su vestimenta y escucho sus conversaciones a lo lejos me doy cuenta que la vida es extraña.
Mi hija hace un rato me preguntó: “Mamá, que quiere decir “Vive y llora, que a cada quien le llega su hora”? (Refiriéndose a la canción de la legendaria Celia Cruz)”.
Y ahí me acordé de muchas vivencias pasadas. De los complejos y las inseguridades. De las victorias y los fracasos. De cómo hubo situaciones que hoy me hubiera gustado vivir de forma diferente. De cómo la vida se fue entre la ignorancia y el aprendizaje.
Me hubiera gustado tener varias vidas y varios escenarios. Poseer el superpoder para retroceder el tiempo y así poder cambiar ciertas cosas y acelerar el tiempo para no vivir otras.
Pero esa no es la vida. La vida es ese aprendizaje que se da con las situaciones vividas. Esas cosas que nos fortalecen o nos debilitan. Y la vida es esa extraña experiencia que todos vivimos de una manera diferente. Y esa manera es la que nos hace tan especiales.
Hija – terminé diciendo – quiere decir que cada ser humano va a llorar y va a reír. Que a todos en algún momento nos va a pasar  cosas buenas y malas pero que la forma de afrontarlas es lo que va a cambiar el resultado. Que el mundo será como lo mires. Sería bueno no aferrarse a nada ni a nadie. Sería maravilloso no limitar nuestro destino. Y es que así como nada es seguro en esta vida, todo es posible. Cuando vayas a hacer algo, hazlo de todo corazón, pero en esa misma medida, ese mismo corazón, ocúltalo de las personas que no te merecen. Y trata de ser feliz. Pero no para alguien, y tampoco por algo. Trata de ser feliz porque tú te lo mereces. Porque tú luchaste y trabajaste para ello. En la vida estamos para avanzar, aunque a veces, sea necesario hacer una pausa para ver que camino tomar, pero recuerda que nunca debe ser para retroceder.
Ella me miraba tranquila. Pareciera que escuchaba mis palabras. Asumo que algunas las entendió y otras, no tanto. Pero vuelvo y repito: “Ningún padre recibe un anuncio del cielo donde le notifican cuándo y dónde su hijo va a entender esa palabra o la otra” y es por ese simple hecho que siempre trato de enseñarle a Claire Marie, con palabras, con vivencias, con anécdotas reales, con cuentos ficticios, pero la enseñanza más grande es… con el ejemplo.