lunes, 23 de febrero de 2009
Sobre saber olvidar
Ahhhh, pero que lejos he estado estos días. Pero como que estoy regresando. He estado leyendo Shakespeare. Carajo, el desgraciado de verdad lo dijo todo. Y he estado escuchando a Calamaro. Por lo menos hoy, todo el día, acordándome de muchas cosas. El fin de semana me topé con una niña que me encantaba cuando empecé la carrera. Tenía la piel más linda que he visto. No era gordita. Creo que en realidad estaba bastante pasada de peso, pero la verdad no me importaba un demonio. Era hermosa, sus rasgos, su sonrisa, y su piel de terciopelo. Y después me quedé pensando en el olvido. Lo que uno hace para olvidar. Pasa el tiempo, y después de un rato, uno deja de pensar. Primero es todo el tiempo. Todo. Después pasas unos minutos distraído, con la cabeza en otro lado, y después regresa como una trampa para osos y te agarra tal vez con más fuerza. Días pasan y los minutos se convierten en dos o tres minutos más cada vez, hasta que puedes pasar lo que dura un programa de televisión sin pensar. Y un día, pasas tal vez un partido de futbol, las horas en las que hay luz, lo que dura un disco, sin pensar. Y de pronto, ya no son horas, son tal vez medios días, tal vez una jornada de trabajo entera, y aunque regresa por las noches, el tiempo en el que estás despierto es menos, y un día despiertas sin estar pensando en ella, tal vez más angustiado por lo que te sucederá ese día. Y de pronto, pum, dejas de pensar, y el tiempo que le dedicas es igual al tiempo que antes te dedicabas a tí mismo dejando de pensar en ella. Y las horas que pasabas con tu cabeza en donde fuera que ella estaba, ahora son las horas en las que no la encuentras. Todo esto toma un rato, tal vez depende de tu apego, tal vez depende de tu ocupación, tal vez depende de lo que recibes en esas horas. Pero el olvido llega. Y aunque para personas como yo, que no saben olvidar, cuesta más, no se preocupen, seguro llega. Y después de un tiempo, no pasa nada, te estás riendo de todo, de ella, de lo que pasó y de lo que no. Y sobre todo, terminas riéndote de tí.