lunes, 22 de marzo de 2010

Casa de campaña

Cuando tenía la tiernecilla edad de 13 años, presencié por primera vez una erección masculina provocada por excitación. Fue fantástico, descubrí un gran poder. Estaba en casa de mi madre asoleándome en el jardín (estaba obsesionada con terminar color ladrillo y verme como las tipas que salían en la revista ‘Eres’) cuando llegaron a visitarme unos chamacuelos amigos míos. Pues a mí, se me ocurrió tranquilamente ponerme unos shorts y salir como si estuviera en Acapulco a plena calle sateluca. No usaba bikini entonces, pero el traje de baño de una pieza dejaba ver mis incipientes encantos, léanse pezones erectos. Y miren que si antes de que el hado del quirófano llegara a mi vida, tenía poca bubi, ahora imagínense a los ¡13!, la cosa era casi nula. Pero pues la mente es la mente. El chiste es que sólo uno de ellos se bajó del coche a tocar y yo salí (cosa que mi madre odiaba. Siempre me decía, ‘diles que pasen, para eso tienes casa’) y el otro par estaba aún dentro del auto prestado del papá. Entonces, haciendo caso a mi madre, los invité a entrar (a la casa, claro, sucios) y uno de ellos dijo ‘Yo aquí los espero’, los tres lo vimos con cara de ‘wtf?’ y él, apenado y sonrojado , pedía que nos fuéramos adelantando. Al fin, uno de ellos, se acercó a él y le preguntó qué le pasaba, cuando notó que el chamaco pues tenía tremenda erección y obvio, no quería bajarse porque tenía miedo de que se le notara. Dada la acostumbrada solidaridad que hay entre hombres, en vez de hacerse menso y encubrirlo, el buen amigo lo hizo evidente: se rieron, lo molestaron y creo que la cuadra entera se enteró de que Oscar (ups, se me salió el nombre) ‘la tenía parada’, porque casi lo gritaron. El buen adolescente se terminó bajando del auto furioso para irse a su casa caminando y los amigos lo siguieron diciéndole que ya le bajara a su desmadre, no sin antes, reírse y hacer que yo notara que en efecto, la erección aún no mermaba y abultaba sus jeans noventeros, bueno… gran dramón. Unos días después nos vimos en una fiestecita y ¡me pidió una disculpa por su erección! Jajaja, claro, le dije que no se preocupara. Además, le tomó toda la noche (bueno de las 8 a las 11:30 que mi madre me permitía estar en una fiesta a los 13) para encontrar el valor de acercarse y disculparse. El chamaco tenía angustia de que su erección ¡me hubiera ofendido! Yo en mis adentros decía, ‘Nombre, gracias. ¿Qué gran momento de ego me has dado!’.

Elsy