lunes, 25 de diciembre de 2023
Mi negra
Minegra me llamaba mi esposo en la intimidad. ¿Negra por qué? ¿Negra de dónde? Él es de raza negra, descendiente, mezcla entre indígena y negro. Entre los indígenas entienden que de esta unión deriva en un Salta pa’ atrás. Mi papá siempre se preguntó en silencio por qué me fijé en un hombre tan negro. Mírale las manos y las uñas tan oscuras, lo único blanco son sus dientes, le comentó al oído a mi mamá. Bueno, es su gusto, lo reprendía, y no está nada mal el muchacho: es sano, fuerte, trabajador y contagia su alegría, hasta las abuelas están encantadas con él aunque esté negro-negro.
Nosotros llegamos al altar convencidos para jurarnos amor eterno. Él llamándome minegra y yo, por supuesto, minegro. Hasta que un día, él dejó de mencionar esas dos palabras amancebadas que se pronuncian una. No sospeché nada. No me preocupé. No me lo pregunté. Tampoco observé su lenguaje corporal, sus ojos, su piel, su olor, su energía, ni sus camisas, trusas, pantalones, bolsillos, gastos, carro, el consumo de gasolina, celular, computadora, agenda, salidas, entradas, horas de trabajo, su descuido por nuestras orquídeas... No sé en qué estaría pensado yo, mucho menos él. No puedo recordarlo. Pero algo había cambiado. Ahora sé que desde hace tiempo él ya había encontrado a una negra de verdad: alta, culona, de redondas y pronunciadas curvas, mostrando siempre sus hermosos dientes blancos entre sus labios gruesos pintados de rojo, de cabellos cocoluches, de brazos fuertes, piernas poderosas y de ese caminar tan de las negras: altivas, danzando de izquierda a derecha. Ella descendiente de esclavos también. Uno siempre vuelve a sus raíces. Mi esposo así decidió: se quedó con ella.