El comercio mundial y los mayores ingresos macroeconómicos no eliminan per se las desigualdades sociales a menos que el Estado –a través de un sistema fiscal eficiente– se haga responsable de hacer mas justa y equitativa la repartición de la riqueza.
La alfabetización y la distribución caritativa de puñados de granos, la fantasmagórica igualdad de oportunidades agrarias, dilapidó la posibilidad de construir una condición de abundancia material suficiente para impulsar a México hacia la plena modernización.
Ante el evidente fracaso, funcionarios de gobierno llegaron a calificar a los cincuenta millones de pobres del país como “población excedente”, negados para las magníficas oportunidades del progreso y que apenas podían aspirar a la estabilidad social y a la esperanza de alcanzar un techo de lámina, sin ver que la miseria era el caldo de cultivo ideal para el cerco que se ha ido estrechando sobre nuestras vidas.
Las grandes lecciones que la historia nos ha ofrecido durante los últimos treinta años se han perdido bajo una marea de palabras cuyo mensaje final ha sido el mismo: “Esperen, la siguiente será la suya.”
Desde hace al menos tres décadas se veía venir la situación que padecen Sinaloa, Veracruz, el Distrito Federal y el resto del país, pero no hicimos nada para impedirla, y por ello todos somos responsables de la situación, eslabones de una interminable cadena de víctimas-verdugos.
No solamente estamos mal porque la policía, los falsos policías, los policías asesinos, puedan establecer un retén en pleno centro de la ciudad y llevarse de manera impune a un niño, sino porque ninguno de nosotros habría hecho algo para impedirlo.
Lo peor no es la orgía de violencia que padecemos ni el fracaso de los políticos y de una sociedad, sino la indiferencia que nos va llevando a un camino sin retorno.
De nada sirven las declaraciones o el grito en silencio del “¡basta ya!”. Es imperativo que los funcionarios de gobierno entiendan y asuman que su principal responsabilidad es garantizar la seguridad de los dueños del Estado, de los ciudadanos. No puede ser un delito menor condenar a nuestra sociedad a la desesperanza y la violencia.
No sólo tenemos un grave problema de violencia. Hemos fracasado como sociedad.
Antonio Navalón