lunes, 28 de abril de 2014

Sonidos


Siempre me he preguntado a qué suenan ciertas cosas. Sabemos que el pato hace cuack, que el reloj hace tic-tac, que el jarrón rompiéndose en mil pedazos hace crack, y que el choque entre un tráiler y una locomotora hace prrrdjddjfdkaboom prrtk smrram tsskkkeurnabam tititichaslapaspas. Pero, ¿cuál es el sonido de la desilusión de un niño que no llora, por ejemplo? ¿A qué suena el nacimiento de una flor? ¿Cuándo tienes dinero suficiente para comprarle algo bonito a tu madre, qué se escucha? ¿Alguien lo sabe? Yo me he descubierto poniéndole la oreja a todo tipo de cosas (a las puertas y a la sopa, a mi calculadora científica) cuando nadie me está viendo en busca de música, una nota al menos, un grito incluso, alguna onomatopeya inédita. Y cuando estoy contigo te escucho tan atentamente que casi creo que conozco todos tus sonidos, tus ruiditos raros, tus cambios de respiración, tu risa, tus gemidos, tus sollozos, tus pestañeos, la pulsión de tus manos que es muda pero se escucha y muy fuerte, tus corazones repartidos en todo el cuerpo. El otro día me puse a recordar la noche en que te conocí. Era una de las primeras veces que salía en mucho tiempo y tenía miedo. Ahora entiendo que la primera vez que escuché tu voz escuché algo más que tu aparato fonador transmitiendo tus pensamientos a tus interlocutores a través de tus cuerdas vocales. Era mucho más que eso. Era el sonido de una segunda oportunidad en la vida.