lunes, 5 de mayo de 2014

Mala suerte


Y cuando creí que uno de los peores días de mi vida estaba por terminar, llegué a casa y encontré una nota con la letra de Valeria: “Hemos tenido algo de mala suerte últimamente. No le hablaste a mi madre por el día de la Candelaria. Ya no hay durazno ni moras, al parecer olvidaste comprarlas. El plomero dijo que mañana llegaba a las 12, que él traería la tubería. Iré a caminar, me llevo a Mateo y dormiré en casa de Rocío, para que no me esperes”. Ya, yo sabía que las cosas no iban tan bien, pero tampoco imaginaba perder a mi chica y a mi perro -todo al mismo tiempo-, así que tomé mi abrigo y me enfilé a casa de la mentada Rocío. Diez cuadras, once cuadras, doce cuadras y, entonces, yo que había comenzado a llorar desde la primera, me preguntaba que clase de hombre sería si no fuera una licuadora de sentimientos. Por supuesto que no pude contestarme porque las licuadoras de sentimientos no hablamos, lloramos, pero cuando menos lo noté ya estaba en la puerta de la casa de Rocío. Toqué y me abrió Valeria. Te diré lo que es mala suerte, niña bonita cabrona cuasiamor de mi vida cobarde muchacha chichona pero preciosa maldita robaperros. Mala suerte es amanecer con un dolor de muela mucho peor al dolor de huevos que nos causamos cuando nos enojamos; mala suerte es salir de casa directo al cajero y que el muy pinche se trague tu tarjeta. Mala suerte no es llegar con el dentista y preguntarle —muerto de pena— que si puede cobrarte la siguiente vez que lo visites porque el cajero se tragó tu tarjeta; mala suerte es salir del consultorio con un dolor de puta madre inigualable a cuando llegaste. Mala suerte, mi amor, es querer llegar a casa para platicarte lo que me ha pasado por la mañana, querer esconderme entre tus piernas y que, en el bulevar, una mujer estúpida se pase un semáforo y choque todo el frente de mi auto con su horrible Corsa rojo 1994. Mala suerte no es haber chocado con una mujer estúpida, mala suerte es que haya intentado darse a la fuga para deslindarse de toda responsabilidad y que yo, sobre mi auto destartalado -con un dolor en la boca que parecía inhumano-, la siguiera por toda la maldita manzana gritándole y apuntándole con el dedo: “Hey, perra, si sigues huyendo seguiré persiguiéndote”. Mala suerte no es esperar una hora al seguro, otra hora a la patrulla y otra más a que se me quitara el dolor de muela; mala suerte es terminar sacando un par de billetes de mi cartera por culpa de este anhelo que tenía por zafarme de ahí y llegar a verte. Mala suerte es venir de regreso, por fin, después de la terrible hazaña, tener 1% de batería en el celular, marcarte -porque lo único que necesitaba era escucharte- y que no contestaras. Mala suerte es pararme en la frutería -porque recordé que se habían terminado las moras que tanto te gustan- y que, de todos los kilos y kilos de fruta, no hubiera moras. Mala suerte es que todo esto me haya sucedido en seis horas y que todavía no termine, mi amor. Mala suerte es llegar a casa y darme cuenta que te has ido. Esa es mala suerte. Me puse a llorar y Valeria me apretó a su pecho. Luego ambos lloramos juntos porque eso hacen las licuadoras de sentimientos: no hablan, lloran.