lunes, 11 de enero de 2010

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Juan se la pasaba alardeando acerca de lo bueno que era en la cama, al grado de autoproclamarse “El rey del cunnilingus”, cuando la única experiencia que tenía era la de lamer la entrepierna de su noviecita, y eso, con las bragas puestas (ella era virgen y era lo más que le permitía, nada de dedos y caricias sin braga de por medio). De ahí en fuera, el único otro acercamiento que tenía con una vagina, era a través del monitor y un sitio porno.

A menudo contaba con fascinación la manera en que su novia se contoneaba y gritoneaba como puerco degollado cuando él hacía uso de su lengua palanca-de-Volkswagen, técnica que había creado a partir del conocimiento obtenido de un e-book adquirido vía mercadolibre. Trataba de hacer más creíble su mentira y ocultar su perversión presumiendo lo delicioso que era lamer y saborear la entrada y salida de lo que él llamaba “la fábrica de la vida”, alegando que no había nada más maravilloso que besar la cueva de donde todos alguna vez salimos. Dejaba claro que siempre supo que ser rey cunnilinguniano sería su hobbie, recalcando una y otra vez que su afición empezó desde niño cuando se comía su duvalín sin cucharita y dejando el empaque completamente limpio, con la pura lengua.

Ante todo lo anterior, los amigos y conocidos de Juan se mostraban sorprendidos y atentos a sus relatos en donde frecuentemente mencionaba una nueva técnica o posición.

Todos sabían y creían lo bueno que era este individuo en la cama, menos Sofía, su siempre respetada noviecita. Sofía ignoraba todo lo que alardeaba Juan (iba en otra escuela y no tenían amigos en común), ella sabía que él era virgen y lo mucho que disfrutaba su macho masturbándose viendo videos de amateurs fogosas frente a sus webcams. “La suculenta Sofía”, como la llamaba Juan, confiaba plenamente en que juntos ella y su amado dejarían la vida célibe para arrancar, de manera irrefrenable, con su vida sexual… una vez que ella estuviera preparada.

Por su parte, Juan no sentía culpa alguna al crear tanta mentira, al contrario estaba seguro de lo espectacular que podría ser en la cama y se lamentaba el no poder echarse a la práctica como era debido. Él sabía que no estaba enamorado, pero estando con Sofía era la única manera de estrenar su fusil.

Pasó un año más de alardes, hasta que llegó la celebración de su segundo aniversario de noviazgo con la suculenta. Ella le dijo a Juan desde un mes antes que el día del segundo aniversario sería “el día”, por lo que Juan se la pasó viendo más vaginas que nunca y localizando el clítoris en todas y cada una de ellas (en su monitor, claro está). Llegó el 5 de septiembre, Juan adornó con flores y velas el departamento amueblado que tenían sus padres a la espera de ser rentado en una colonia cercana a la suya (lugar donde tantas veces le había lamido las bragas a su respetada noviecita). Compró una pizza, un vino espumoso; se aseguró de que sonara bien en el estéreo el soundtrack de “Last Tango In Paris” y una vez seguro de que todo había quedado listo fue por Sofía.

Ahí estaban “El rey del cunnilingus” y “La suculenta Sofía”, sentados en el piso de la sala momentos después de haberse terminado media pizza y un poco alegres por el vino espumoso. Los dos se miraban con sonrisa nerviosa, él sabía que ella al fin se iba a dejar y ella sabía que él se la quería coger. Juan se puso de pie, camino hacia el estéreo, le puso play y sonaron los primeros acordes de tango Barbieriano… Juan y Sofía se dirigen al cuarto, abrazados, al vaivén de la música…

Al llegar al cuarto, la suculenta empuja y sienta bruscamente al rey cunnilinguniano a la orilla de la cama para darle a Juan la mejor mamada de su vida. He ahí los dos enamorados, uno mirando hacia el cielo mientras tira del cabello de la otra y la otra haciendo la mejor sonata de guturales jamás inventada… Justo antes de que Juan termine, Sofía se levanta, se desnuda de arriba, se quita el pantalón y se tira a la cama con las piernas abiertas y sólo las bragas puestas.

Juan se levanta, se queda parado a un lado de la cama y la mira perplejo, no era la primera vez que la suculenta le hacía tremenda jugarreta:

Juan: P-p-p-pppp-pero… tú dijiste que…
Sofía: (Se ríe) ¡Ya sé! ¡Quítame los calzones!

Ni un tigre saltaría con tanta precisión sobre su presa como lo hizo el rey, le brincó directo a la yugular y comenzó a besarla desde el cuello hasta el ombligo, sin ignorar las tetas. Ya en el ombligo comenzó a jugar con la lengua hasta llegar al mismo punto de siempre: lamer sobre las bragas. -¡Que me los quites!- gritó ella muy desesperada, estaba más mojada que de costumbre y Juan sonreía con soberbia de saber lo que se aproximaba…

Y llegó el momento, clavó sus dedos entre el borde de las bragas y la piel de la suculenta, comenzó a bajarlas lentamente sin que ésta le interrumpiera con el clásico –Espérate, todavía no--, las terminó de bajar con los ojos cerrados, las zafó de las piernas sin abrir los ojos, sonreía, al fin tenía las bragas en sus mano derecha y no en la punta de su lengua; se lanzó con los ojos cerrados y un cálculo perfecto directo a la entrepierna, llegó, olió, sonreía y por fin… abrió los ojos!...

Miró atónito la fábrica de Sofía, su cueva era peluda y fea comparada con la infinita cantidad de vaginas que habían desfilado por su monitor… no podía creer lo que estaba ante sus ojos, ni lo grande que era el hoyo en su estómago… quería salir corriendo… estaba mudo y paralizado…
Un -¡¿Qué esperas?!- lo sacó de su trance, reaccionó, se levantó de ahí y se acostó a un lado de Sofía:

Sofía: ¿Qué pasó?
Juan: No puedo…
Sofía: ¡¡¡¡¡¡¿QUÉ?!!!!!!
Juan: Es que… no eres tú… soy yo.

Sofía le escupió en la cara y le mentó la madre para después levantarse, vestirse en tiempo récord y salir casi corriendo del departamento… Juan es un culero.

Tumeromole