lunes, 19 de abril de 2010

Recordando

Éramos novios, yo iba en tercero y ella en segundo de secundaria; llevábamos relativamente poco (como siempre con todas) y se acercaba el día de San Valentín. Nos encontrábamos platicando durante la hora del recreo y echando un poco de la pasión que todos echan cuando van en secundaria, mientras todos me miraban con envidia (un culo de vieja, diría Sir Polo —o al menos más de uno me envidiaba—), yo estaba recostado en sus piernas y ella me hacía piojito mientras me miraba con sus ojaaazzzooos (de los más bonitos que he visto, mecaidemadres). Cuando de pronto:
YO: Ya viene el catorce de Febrero...
ELLA: Sí, ja...
—¿Y qué quieres hacer? [Inserte cara de libidinoso saboreándose a la fémina en cuestión]
—No sé, yo creo que nada.... [Inserte mirada coqueta del tipo "no te hagas pendejo"]
—¿Qué te parece si vamos a mi casa... [Inserte cara de perro lujurioso más intensa que la anterior]
—Ajhá... [Inserte mirada coquetisisisísima]
—...rentamos unas películas, las vemos con las luces apagadas... [Inserte mirada de "no sé tú, pero yo quiero coger"]
—Síiii.... (Ella se sonroja, pero me sigue el juego) [Inserte mirada coquetisisísima de "ya sé lo que quieres, y yo también"]
—...y pedimos una pizza Domino's de $99.90.1 [Inserte la cara más cínica que pudiera imaginar, estimado lector]
—(Me mira con rabia, está encabronadísima, esos ojazzzos se clavan en mí como espada en espalda de toro y entonces, después de un silencio incómodo de menos de tres segundos, exclama:) Aaayyyyy!! PppPppPendejoooo!!!

Acto seguido de que pronunció la palabra que mejor me describe, sonó la campana que daba fin al recreo (sí, como de película): Yo me moría de risa y ella aprovechó ese momento para darme un chingadazo que hasta el momento, nomás de recordarlo, me sigue doliendo, me empujó al piso llena de rabia y se fue indignadísima... no me habló como en una semana (creo).
Sí me la quería saborear, después de lo de la pizza pensaba proponerle que rebotáramos en mi cama; pero no contaba con que se enojaría tanto y al final, por mis chingaderas, se me cebó —ándele! por pendejo!—... novalgonadanovalgonada.

Juro que nunca nadie me había ni me ha mirado con tanto odio desde entonces, por lo que me quedó claro que:
Nunca, nunca, NUNCA se debe de tomar la líbido de una mujer tan a la ligera.