lunes, 30 de agosto de 2010

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A las dos de la mañana se pasea desnuda por la casa la muy cabrona. Esta en su derecho, es su casa. “No vamos a coger”, ordena mientras bloquea mis dedos que ya buscaban su vagina. Lee en voz alta frases aisladas de un libro grueso, toma más tequila y me mira a los ojos. “No vamos a coger” le susurro y le beso el cuello.

No estoy seguro de entender lo que dice e ignoro si alcoholizándola pueda acceder a aquello que oculta. Tantas noches que he pasado dentro de ella, atrás de ella, sobre ella buscando en cada gemido una miga de su verdadero ser, pero no. Ni su nombre sé.

Esta noche no he descubierto otra cosa más que su habilidad para leer borracha. Se levanta y sirve más tequila. Dice tomar Centenario, porque tiene un ángel como ella. ¿Eres de Jalisco? Pregunto. “El tequila es de Jalisco”, responde esquiva.

Se levanta largo pelo negro y ordena que le rasque la espalda. Sus nalgas desnudas en mi vientre despiertan un poco mi alcoholizada verga, que aún está contenida dentro del pantalón. Mis manos la rasguñan a su exigencia -“mas fuerte, ¡mas!”- grita. La levanto y volteo, para que me monte a horcajadas. Comienzo a morderla, a chuparla. Primero en su cuello, después en los pechos y pezones. -“mas fuerte, ¡mas!”– continúa exigiendo.

Ignoro si se refiere a mi boca o a mis manos, pero dientes y uñas obedecen violentamente y al unísono. Por un instante, supongo que le hago daño, que debo detenerme. Pero su rostro desencajado de placer me alienta a continuar con mi fuerte correctivo. ¿Quién eres? ¿Qué me escondes?, pensaba con furia.

Clavo mis dientes en su cuerpo con saña. –Muérdeme, aráñame- suplica a gemidos graves.

Supongo que le duele, supongo que necesita ese dolor. Supongo que yo también necesito el dolor que ella me provoca. El dolor de no saberla mía, de nunca tener más de lo que ella me quiere dar. De utilizar el sexo como un látigo amenazante, al que obedezco sin chistar.

En un rápido movimiento, alcanzo la botella de tequila y le doy a beber. Sin pensarlo, comencé a vaciarla en los pechos, en su vientre. Ella se retorció con espasmos. La sensible y recién descubierta piel reaccionaba ante el alcohol.

La recosté en el sofá y comencé a chupar. Nunca había probado elíxir más extraordinario que la madera de roble que se queda en el tequila y su sudor almizclado. Ella abrió las piernas ofreciéndome sin pudor su sexo perverso. Apliqué el mismo tratamiento que ya había hecho en sus pechos y nalgas.

Cuando le tocó el turno al tequila, su pulso era tan fuerte, que supuse que iba a morir. Un menage a troi con la flaca, pensaba cuando ella comenzó a venirse a chorros, como naranja madura, como limón para el tequila.

¿Cómo te llamas? -Pregunté cuando apenas se reincorporaba. -Mayahuel- contestó.

Rox