lunes, 11 de mayo de 2015

El mito de no saber estar solo

No puede haber miles de años de poesía, de hombres cantándole a mujeres, de mujeres cantándole a hombres, de Bob Dylan diciendo “I like the way you love me strong and slow”, de lo que los estudiosos llaman la lírica, si una de nuestros más profundos anhelos no fuera estar juntos con alguien, sentirnos acompañados. En este mundo tan neurótico y tan conectado, sin embargo, cualquier persona que ha pasado ya por uno o dos tropiezos amorosos sabe y ha escuchado la proverbial frase “no sabes estar solo”. Como si fuera un título, un diploma al que todos deberíamos acceder en nuestras vidas.
Siendo justos, cuando alguien nos dice “no sabes estar solo”, probablemente es conocedor de nuestra vida personal, de nuestros tropiezos. Quizá seas de esos que brincas de relación en relación, de esos que coleccionan amores, de esos adictos a empezar con todas las ganas cuando hay novedad, pero que se aburren cuando comienza el compromiso. El amor platónico, que es sinónimo de la insatisfacción crónica, como tan bien se explica en este artículo de El País, es un mal agudizado en estos tiempos en el que encontrar a tu próxima ex es tan fácil como dar unos cuantos swipes en tu smartphone.
O quizá “no sabes estar solo” se refiera a que alguien te conoce tan bien que sabe que tu punto débil es alimentar relaciones codependientes, en donde pones todas tus fichas en alguien problemático, complicado, en esas personas que son como una carga emocional que, a la vez y de forma extraña, se vuelven emocionantes y entretenidas. Probablemente te has visto en la situación de “rescatar” a alguien de su miseria. Yo alguna vez estuve con una chica huérfana cuya fantasía estaba perfectamente establecida en un ambiente medieval (!¡): en alguna terapia le hicieron ver que ella había perdido a su rey (su padre), y durante su vida adulta pasaba en busca de un nuevo rey y, sobre todo, la seguridad de un castillo. Se entiende el problema (y la alegoría), pero es difícil lidiar con eso cuando lo único que tú querías era invitarle un café, ir al cine y con suerte, darle un beso. Al final, con emociones tan intensas en medio, es difícil no engancharse y convertirte en un “code”.
Pero no me refiero a estos casos. El mito de “no sabes estar solo” se aplica con más regularidad, con la misma facilidad con la que tu mamá te dice “ponte una chamarra” cuando sales de tu casa. Además, el peligro es que estamos acostumbrados a autoejercerlo: al terminar una relación, es cliché decirse a sí mismo, frente al espejo (de preferencia después de una mala noche, sin playera y con el mal aliento de la mañana), que necesitas “una temporada a solas”. Claro, necesitas pensar las cosas. Sentir el rigor de la soledad. Porque la soledad, o eso dice la sabiduría colectiva, te hace encontrarte contigo mismo.
Y por supuesto existen fuertes argumentos a favor. Bajo la sombrilla de la maravillosa iniciativa “The School of Life” de Alain de Botton, Sara Mailtland ha escrito un libro titulado How To Be Alone. Porque sólo solo sabes de qué estás hecho. Cuando estamos solos nos enfrentamos desnudos a nuestros miedos, nos llenamos de dudas y, en paralelo, desatamos procesos de crecimiento personal. Cuando es evidente que alguien no ha pasado por estos procesos, se siente como una persona incompleta — lo cual dificulta estar en una relación con esa persona, claro. Al mismo tiempo, para el creador, el artista, el escritor, la soledad es invaluable. Fue Hemingway quien dijo: “Writing, at its best, is a lonely life”. Amén.
La ilustración es de Maurice Sendak. Todo bien, pero es lo último que quieres que te digan cuando estás solo en tu depa un domingo por la noche.
Pero de nuevo, no me refiero a eso, no estoy hablando de las incontables ventajas de apreciar y ejercer la soledad. Esta es una crítica a la idea estúpida de que, si has terminado una relación, debes invertir tiempo en estar solo. O de que todos “necesitamos” estar solos. Esto es un llamado a dejarnos de pendejadas. Yo digo: ¿por qué en vez de invertir tiempo en una ocupación que nos aterra, como estar solos, no invertir tiempo en estar con alguien? Después de todo, aprender a estar con alguien es un arte complejo. Aprender a estar en una relación es una chinga brutal. Nunca olviden lo que dijo el detective Somerset en Se7en: “It’s easier to lose yourself in drugs than it is to cope with life. It’s easier to steal what you want than it is to earn it. It’s easier to beat a child than it is to raise it. Hell, love costs: it takes effort and work”.
Un hombre no tiene por qué estar solo. Una mujer no tiene por qué estar sola. Créanme: tendrán mucho tiempo para estar solos durante su vida. Durante la ducha, en ese momento filosófico cuasiuniversal. En el tráfico, en el auto con el Spotify a todo volumen, o en el transporte público, con los audífonos puestos. Leyendo un libro. Durante una carrera de 10K. En tu primera noche en tu primer depa de soltera. En ese interminable domingo con Sunday Blues. Durante un examen largo. En esa primera vez que NADIE TE PUDO ACOMPAÑAR AL CINE. En los instantes previos al sueño.
Lo que sobra en esta vida es soledad. No es que no sepas “estar solo”, es que no quieres estar solo. Y yo te entiendo perfectamente. Yo tampoco quiero estar solo. (Menos después de leer este artículo de Time, en el que un reciente estudio dice que “los sentimientos subjetivos de soledad” incrementan la mortalidad en la población en un 26%, colocando a la soledad casi como un problema de salud público, a la par de la obesidad o el abuso de sustancias). Yo prefiero comer acompañado que comer solo. Yo prefiero ver películas acompañado a ver películas solo. Yo creo que no estamos genéticamente diseñados para estar solos, como mi gatita. Yo creo en la idea de “los tres matrimonios” que estipuló el filósofo David Whyte: durante la vida, uno se casa con el trabajo, con uno mismo y con alguien más. Los dos primeros funcionan en soledad; el tercero, no. La proximidad es la clave.
Salir a la vida a tratar de estar con alguien. Esa, esa es una idea emocionante.