lunes, 26 de febrero de 2007

Sobre el amor



Es evidente que los seres humanos poseemos, tanto física como mentalmente, muy distintas destrezas y cualidades. Así, las personas podemos tener delgados o anchos músculos, sólidos o endebles huesos, motricidad más o menos fina, profunda o débil capacidad respiratoria, fuerte o frágil carácter, mayor o menor disposición a la solidaridad, afinada o áspera sensibilidad ante la belleza, decidida o taimada disposición a enfrentar los escollos de la vida, etcétera, etcétera.

Es asimismo incuestionable que muchas de estas “capacidades” pueden ser mejoradas o acrecentadas a voluntad. Para ello se han inventado los gimnasios, el calcio en cápsulas, el ballet, las maratones, las terapias psicoanalíticas, las escuelas de arte y el arte mismo, la cirugía plástica y la liposucción, los manuales de autoestima y también etcétera y etcétera.

¿Y el amor? ¿Hay también en la especie humana diferentes grados de ofrecer, prodigar y consumar amor? ¿Puede un individuo – por ejemplo, yo- afirmar que posee mayor capacidad de amar que otros individuos? ¿Tiene sentido que un joven – por ejemplo, yo, otra vez- que disputa con otros jóvenes o no tan jóvenes el afecto de una mujer decirle a esa mujer que él puede darle una cantidad mucho mayor de amor que la que alcanzarían a obsequiarle los otros fulanos? ¿Es medible, aunque sea al tanteo, ese misterioso y prodigioso sentimiento que es el amor?

Las respuestas pueden ser múltiples y de muy diversa índole. Ensayaré algunas muy mías: 1) Estoy absolutamente convencido de que habemos, unos cuantos, individuos que poseemos una mayor capacidad de amar que todos aquellos, y vaya que son miles de millones, que están más allá de los límites de nuestro círculo escarlata. Aún más, los contados miembros de este rojizo ateneo contamos con la virtud y los recursos para acrecentar nuestra ya de por sí elevada capacidad de amar.

Como no es sencillo contar con el tiempo y las circunstancias para leer de golpe un largo mensaje por miel, dejo la continuación de esta sesuda reflexión para una posterior ocasión, mientras, además, me doy a la tarea de localizar el rumbo por el cual seguir con este delicadísimo asunto.

Filiberto Cruz