miércoles, 21 de febrero de 2007

Triste realidad dominguera


Estaba hoy sentada en un restaurante, esperando a dos de mis amigas más impuntuales. Es extraño estar ahí sola en un domingo mientras una docena de familias atiborran las mesas. Para evitar sentirme como bicho raro, me dediqué a observar y encontrar personajes. Este ‘viboreo’ íntimo deja más historias que contar que cualquier película. Encontré exactamente tres mesas donde un hombre de entre 30 y 35 años comía junto con su joven esposa, acompañados de uno o dos hijos pequeños. Si uno se imaginara la escena como un comercial de cereal, seguro tendría la visión de tres o cuatro seres que entre sonrisas y besos comparten su comida y que la pareja se deshace en miradas cómplices en medio de una atmósfera de armonía. Pues este no fue el caso –y no aseguro que las anteriores no existan- pero la triple escena que encontré era casi lo contrario. El panorama era el siguiente: dicha pareja joven comía casi en silencio mientras él, veía atento el fútbol con una expresión plana; ella entre bocados, intentaba ayudar al hijo a partir su carne o alimentaba en la boca al bebé al tiempo que trataba de controlar su jugueteo, sentar al hijo que ya se había ido a los juegos, desesperarse y guardar la calma. Él, de repente se exasperaba ante tanto bullicio y entonces intervenía en la tarea de hacer que el hijo accediera a comer sentado y en paz. Entonces, una vez que terminaban los platos, en seguida llaman al mesero, pagan y salen entre manchas de ropa, carriola, juguetes y ella, casi masticando el último pedazo que tuvo chance de pescar.Así era. Yo no tengo hijos y sé que su presencia en una pareja siempre cambiará tan maravillosa como definitivamente sus vidas. Y me alegro de quienes se sienten listos y responsables para proveer vida a un ser, pero nunca dejará de ‘hacerme ruido’ el hecho de que en ocasiones percibimos una especie de separación nuclear. En el afán de educar a los chamacos, nos podemos perder de vista como hombres y mujeres, como amantes, como humanos y nos extraviamos en un solo papel: mamá y papá. Ninguna de esas tres parejas platicaba o se regalaba, de menos, una mirada de ‘estoy aquí’. Se remitían a comer ‘fuera’, porque era domingo, y a hacerlo de manera rápida. Triste realidad. Siempre surgirá la incógnita que muchos especialistas debatirán ¿los hijos unen o separan?

Elsy Reyes