viernes, 19 de febrero de 2010

Recuerdos

Cuando estudiante, un conocido de la universidad estaba -según él- profundamente enamorado de una güerita de mi generación. Él estudiaba Derecho y un buen día se decidió a cortejar a la chica en cuestión. Para ello le hizo llegar algunos regalos que no tenían remitente, y entre ellos iba un poema, cuyo título desconozco.
Al leer los versos ella exclamó: “Tengo un pretendiente que me manda poemas, ¡qué emoción! Se me hace que es italiano, se llama Mario Benedetti”.

Aquella güerita (en toda la extensión negativa de la palabra) también fue famosa por dejar a su perro en el coche mientras ella presentaba un examen. Al terminar irían al veterinario, pues la mascota estaba enferma. El can murió, y es que se quedó en la cabina -con las ventanas cerradas y un sol de Acapulco- durante más de 2 horas.



Una más. En mis tiempos, el acceso a los salones de computación sólo se permitía al presentar la credencial vigente, o si el clerk era buena onda, cualquier otra identificación. Pues bien, la güerita esta olvidó su credencial en una ocasión, pero un amigo suyo se dio cuenta y le hizo favor de recogerla. Cuando él se la entregó, ella, muy agradecida, respondió: “¡Cómo supiste que era mía!”