lunes, 11 de octubre de 2010

La vida

Despiertas con un vacío en el estómago, un hueco en el corazón y sintiendo que tienes mucho espacio libre en tu cerebro... No entiendes lo que pasa, te dispones a seguir con tu vida como si todo estuviera normal.

Comienzas un nuevo día de tu asquerosa y patética vida. Haces las mismas cosas que siempre: trabajar, tragar y distraerte con cualquier estupidez o conversando con algún colega en el trabajo. Los días que puedes, sales a embriagarte con tus amigos y algunas otras veces despiertas entre las piernas de alguna mujer accesible.

Parece que estás bien, que no te falta nada. Sin embargo, ese vacío estomacal, junto con el hueco en el corazón y la sensación de tener el cerebro libre de cosas importantes; te dicen todo lo contario.

Tratas de hablar con tus putas tristes; con tus borrachos infalibles; con tu chingadamadre; con tus demonios y personajes imaginarios; contigo mismo... pero nada, no hay respuesta... La sensación de vacuidad sigue ahí.

Poco a poco te vas dando cuenta de lo que te pasa: durante toda tu vida nunca te has comprometido con nada ni con nadie. Crees que la vida es mejor así, sin ataduras y sin tener a nadie lamiéndote la mano. Consideras innecesario el depender de algo para estar tranquilo porque, a final de cuentas, uno siempre termina perdiéndolo todo... Tener algo y perderlo sólo te haría más miserable.

Comienzas a pensar que tal vez es buen momento para permitirte sentir algo, para demostrar lo que sientes. Has entendido que el vacío estomacal, el hueco en el corazón y la sensación de espacio libre en el cerebro son porque te niegas a permitir que ella ocupe esos lugares. Consideras que tal vez ella sea la razón ideal para curar tu miedo al compromiso, para dar y recibir... Estás a punto de convencerte de llamarla y decirle todo lo que sientes, pero justo en ese momento... Tu "yo interno", tan cabrón como siempre, te dice imperiosa:
"No mames, segurito estás enfermo..."

Acabas de escuchar esa voz que siempre te ha sacado de problemas, que siempre tiene la razón. A pesar de eso, por primera vez dudas de sus palabras, sabes que podría estar equivocado, sientes que tú tienes la razón esta vez... pero no te importa: has decidido creerle y te dispones a ir con un médico para someterte a un examen exhaustivo.