lunes, 22 de abril de 2013

Te inventé


Ese día preparaste pancakes. No había miel, pero no me importó. Desayunamos juntos y me contaste que tenías poco trabajo, que podíamos salir más temprano e ir al cine a ver la última película de Gael García Bernal. Te gustaba complacerme. Yo sonreí.

El agua estaba helada porque se nos olvidó pagar la cuenta del gas. Nos bañamos a gritos y corrimos desnudos por el pasillo en busca de toallas limpias. Siempre fuimos un desastre juntos.

Llegamos tarde al trabajo como de costumbre, pero como de costumbre, nadie se dio cuenta. “No te amo”, decía tu segundo correo. “Yo también te odio”, respondí.

¿Almorzamos juntos?

Te encontré al otro lado del edificio. Fumabas un cigarrillo y estabas ordinariamente guapa. La pizza estuvo deliciosa y la cerveza, refrescante. Te dije que podíamos alcanzar a la función de las siete mientras pagaba la cuenta.

Esa tarde recibí una excelente noticia por teléfono. Decidí dártela después de la película.
García Bernal estuvo impecable y tú disimulaste tus celos de adolescente sólo porque esta vez también te gustó la película. Nos detuvimos en la tienda de la esquina. “Mañana desayunaremos donuts”, dijiste, y yo te besé.

Intento recordar la excelente noticia que tenía que darte pero es inútil. A veces pienso en los pancakes y en la ducha fría y en los correos y en la pizza y en el cine y en los donuts y no sé por qué me resulta estúpidamente perfecto. Es un recuerdo que me gusta inventar o quizás sólo lo robé y ese día sí ocurrió, pero no conmigo.

Nunca fuimos un desastre juntos.